26 DE SEPTIEMBRE: TENEMOS LA MÍSMA MADRE.

Lucas 8, 19-21 “ Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

¡En que lugar nos pone Jesucristo! ¿Has pensado que en este Evangelio Jesús nos está dando a su madre como nuestra madre y nos deja la dignidad de llamarnos hijos de Dios?

Todos aquellos que escuchamos su palabra de vida eterna, recibimos muchos privilegios. ¡Sí! Para empezar somos hijos de Dios y como padre de amor y bondad, procura siempre lo mejor para nosotros; nos convertimos en hijos de la Virgen María, madre purísima, llena de virtudes que heredamos de ella y el vínculo directo de comunicación con el padre, intercesora nuestra; somos hermanos de Jesucristo al escuchar sus enseñanzas y ponerlas en práctica, ya que recibimos esa gracia cuando él estaba a punto de morir en la cruz y como hermano mayor, él se preocupa por nosotros, por la salvación del alma, por el perdón de nuestros pecados para que podamos llegar a la casa del padre purificados en su amor redentor.

Muchas veces pensamos que una vez que terminamos las clases de catecismo, nuestros estudios sobre la Biblia y todo lo relacionado con Dios finalizan y que ahora solo tenemos que ir a misa si podemos; y estamos muy equivocados, porque conocer a Dios, a Maria y a su Hijo Jesucristo es algo de todos los días, es aprender que su misericordia es tan grande aún si nos sentimos derrotados ante la traición de no amarlo por sobre todas las cosas, de la tentación del mal, del alcohol, las drogas, la prepotencia, del lastimar a otros con intención y del no arrepentirnos, ni pedir perdón.

Dios no nos abandona, está siempre dispuesto a detener nuestra mano con amor; somos nosotros que nos alejamos de él cuando sentimos remordimiento por nuestras acciones. Es ahí cuando él extiende sus brazos para consolarnos, para decirnos que todo va a estar bien, que no hay pecado mayor cuando pedimos perdón, solo tenemos que creer y tener fe.

Como hijos de María no nos olvidemos de ella; vivamos con su ejemplo de bondad y paciencia, con ese silencio bonito que nos da el amor de Dios, escuchándolo para poner en práctica sus palabras de vida eterna.

Propósito de hoy: Me propongo aprender de ti algo, para que me haga reconocer tu amor.