2 DE AGOSTO: EL PODER DEL PERDÓN.

Mateo 13, 44-46 “El reino de los cielos se parece a un comerciante de perlas finas”.

Tal vez la comparación no la veamos muy adecuada cuando hablamos de lo perfecto que es el reino de los cielos en nuestra mente y en nuestro corazón. Un comerciante de perlas ¿Quién es? Pero la importancia en esta parábola es lo que hace éste comerciante y no quién es. Él Encuentra una perla y va a vender todo lo que tiene para comprarla él mismo, porque reconoce su valor. Y es ese valor lo que se compara al reino de los cielos y la acción de este hombre para obtenerlo, o sea, para poder llegar hasta ese reino de Dios.

¿Qué hacemos nosotros?

El reino de los cielos es el lugar de la verdad, del ser honestos y sinceros, del no mentir, de la dignidad de la confianza, la lealtad y fidelidad, es un bien de Dios para nosotros. El reino de los cielos, es la promesa de la salvación, el lugar donde podemos ser libres y felices, es donde está Jesucristo y nos espera para sentarnos a su lado como sus hermanos, Hijos todos de Dios Padre. La llave a este lugar está en nuestro corazón.

Para entrar a este reino, debemos doblegarnos ante el perdón. Dios es perdón, no se venga ni es cruel, no; es un Dios clemente y misericordioso que está esperando que reconozcamos en su presencia, la gracia del perdón. Sabernos pecadores es ver a Jesús en la cruz perdonando a quienes lo crucificaron. Si somos capaces de entender que ahí, en esa cruz, el Hijo de Dios pidió clemencia al Padre por sus agresores, vamos a llegar a comprender el perdón. Podremos darnos cuenta que cualquier mal, o desobediencia, o transgresión, cualquier delito, culpa u ofensa, o que cualquier injusticia cometida, o falta de piedad en nuestras acciones es pequeña ante los ojos de Dios si estamos arrepentidos y si pedimos perdón por nuestras ofensas con un corazón dócil y necesitado del amor de Dios.

Que el ejemplo de un hombre que vende todo para comprar esa perla de tanto valor, nos ilumine para dejar todos los vicios, las tentaciones y lo que nos hace daño y seguir a Jesucristo, quién por medio de la fe y del perdón nos va llevando al reino de los cielos, junto a Dios Padre.

Propósito de hoy: Dejar atrás el orgullo y el egoísmo y arrodillarnos ante Dios a suplicar por su perdón.