16 DE MARZO: QUIERO SENTIR TU PAZ.

Lucas 11, 14-23 “El que no está conmigo, está contra mí” 

Cuando tenemos el amor de Dios en nuestro corazón, siento que la vida se ve de manera diferente a como la ven los demás. Tenemos más fe y esperanza ante una realidad de abandono, dónde cada vez más escuchamos que los valores dejaron de tener valor y la moral dejó también de tener importancia. 

Estas palabras tan fuertes que nos narra el Evangelio de Lucas cuando Jesús está expulsando demonios, nos hace pensar que el que no me ama, me odia; sin embargo, lo que Jesús hace es invitarnos a una conversión de corazón. Que en nuestro comportamiento encontremos bondad y jamás malicia o perversidad. Que podamos darnos cuenta de que nos necesitamos unos a otros, tal vez para crecer con un corazón limpio, para dejar atrás los rencores y las envidias que son lo que el demonio nos avienta con todo ímpetu para mantenernos en contra unos con otros.   

Has dicho alguna vez: “Si Dios conmigo, ¿Quién contra mí?” Esta frase siempre me da fortaleza, me ayuda a salir adelante ante la adversidad que encuentro en mi camino; me hace ver en los demás el rostro de Jesús para poder entender y tolerar pacientemente lo que veo injusto o lo que me hace daño. 

Vamos aprendiendo a orar, vamos contagiándonos con el amor de Dios, que llene nuestros corazones para así recibir las gracias y virtudes que nos van a llevar hacia la felicidad como son la humildad, la compasión, la caridad y sobre todo el amor. Recordemos que la fe sin caridad, sin el calor humano del perdón, sin el servicio digno hacia nuestro hermano, no nos sirve de mucho. Estar en la iglesia rezando todo el día y llegar a casa a maltratar a los demás jamás será un reflejo de Dios. Cargar con una cruz para aventárselas a los demás solo te hará más daño; y es en este caminar de la vida cuando necesitamos la oración y el perdón, la reconciliación con los demás y también con nosotros mismos, porque es lo que nos va a llevar a una paz personal, para empezar.  

Propósito de hoy: Abrir mi corazón para reconocerme en el espejo como hijo de Dios, lleno de dones por descubrir.