15 DE ENERO: CAMINA JUNTO A MÍ.

Juan 1, 29-34 “Yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. 

¡Qué bella afirmación! Y tú ¿Has visto al Hijo de Dios? ¡Sí! Lo has visto todos los días de tu vida, a primera hora ¡en tu espejo! Tú eres también un hijo de Dios y el Hijo de Dios se ve representado en ti, en tu persona, con tus acciones, en tu servicio y más que todo en tu amor. Qué extraordinaria manera de empezar el día, ¿No crees?, sabiéndote hijo de Dios, que puedes ser testimonio de un amor infinito, incondicional.  

Juan nos relata en las escrituras que el otro Juan, el Bautista, dio testimonio del Hijo de Dios. Nosotros también podemos ser ese testimonio. ¿Te gustaría?, vamos poniendo en práctica la bondad en el quehacer diario, la humildad en el servicio a los demás, el amor ante la responsabilidad con que cuidamos de nuestro corazón; de no dejarlo caer ante tentaciones que luego no sabemos cómo dejar atrás. Te has fijado que cuando todo parece ir bien, ¿sucede algo desagradable en tu vida? Eso se llama tentación para hacer el mal. Cuando vamos con alegría por la vida, hay sucesos incomprensibles que nos “meten el pie”, como si fuera imposible alcanzar el gozo de la felicidad plena y nos preguntamos por qué. Cuando todo es armonía, el diablo se enoja y cuando más amamos a Dios, más se enfurece y nos mete el pie para que caigamos en sus vicios y en el maltrato a los demás, en los abusos incontrolables del pensamiento y la carne. Es ahí cuando tenemos que aferrarnos a sabernos hijos de Dios, a reconocer que Jesús es el Hijo de Dios que vino a cuidarnos y a ayudarnos a ser fuertes, contra el deseo de hacer el mal. 

Pero ¿Por qué no me siento fuerte? Bueno, te cuento una historia. Los padres hoy día, queremos proteger tanto a los hijos que a veces los hacemos muy dependientes. Un día caminando con mi hija adolescente por la ciudad, ella se quedó paralizada sin poder cruzar la calle. Me dijo que tenía mucho miedo. Con calma le dije que le hablara a Dios y le dijera que tenía plena confianza en que Él venía tomando su mano, recuerdo que avanzaron dos semáforos y ella calladita cerró los ojos y al abrirlos, me tomó de la mano y me dijo, ¡Vámonos Ma! Ella, al igual que todos nosotros olvidamos que en el camino de la vida no caminamos solos, que Jesús, ese del que damos testimonio, viene caminando al lado nuestro. A veces es como si viene muy detrás porque allá lo dejamos en el olvido, pero cuando lo recordamos en todo momento, viene tomando nuestra mano. Qué tal si vamos siendo conscientes que Jesús viaja en nuestro corazón y así jamás sentir que estamos solos. 

Propósito de hoy: Voltear la cabeza hacia atrás y sonreírle a Jesús invitándolo a caminar de nuestra mano y no atrás de nosotros.