1 de diciembre: Eres mi roca.

Mateo 7, 21. 24-27 “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.” 

Quien tiene bien cimentada su fe podrá decirnos que intenta cumplir la voluntad del Padre.  Sabemos que la vida nos presenta en el camino todo tipo de climas y vivimos también todo tipo de emociones y entre todo esto nos hace bien detenernos un poco y pensar: ¿Cómo están los cimientos de nuestra fe? Cuál es mi actitud cuando llega una tormenta llena de truenos y relámpagos, ¿corro y me escondo debajo de la cobija del miedo? Tal vez sí y con justa razón si parece que se va a caer el cielo. Y cuando tengo una emoción que no cabe en mi corazón, ¿Dónde me oculto? ¿En la depresión, en las drogas, en las malas compañías?  

Esa casa que es tu alma, ¿Se derrumba? ¿dónde queda, cómo reaccionas? ¿qué haces tu para detener la tempestad de tu corazón, de tu vida? Pretender que todo marcha bien, y que en esos momentos difíciles de la vida podemos salir adelante solos, hace débiles los cimientos de nuestra fe. Ponemos nuestra confianza en algo que no tiene una estructura firme, en un vacío. 

Cuando alguien nos dice, confía en Dios, decimos “sí, siempre”. Pero en realidad ese “sí, siempre” no es real. Confiar en Dios no es solo decir dos palabras. Confiar en Dios es oración, es servicio, es Eucaristía, es como quien dice: trabajo. Tal vez por eso no confiamos en Dios lo suficiente. Dejarnos guiar por la luz del Espíritu Santo y confiar en que Nuestro Señor Jesucristo va a estar ahí para nosotros, es un sentimiento muy difícil, hasta incomprensible para nuestra mente tan llena de mundo, de soluciones fáciles, de distracciones que nos ciegan. Crear los cimientos de nuestra existencia, en la roca que es Jesucristo, no es fácil, pero tampoco es imposible. Podemos pedirle a Él que nos de la gracia para confiar y aumentar nuestra fe. Podemos empezar abriendo el corazón; pidámosle a Jesús que entre a nuestro corazón, que sea el timón de nuestra vida, que podamos ir ciegamente a su encuentro, sabiendo que Él siempre nos va a llevar al mejor destino para lo que fuimos elegidos. 

Vamos enamorándonos de Dios, vamos a tratarlo como al primer amor, seamos delicados con Él, reservemos tiempo para correr a verlo, a contarle cómo nos va en el día; enamorémonos de su dulzura cuando nos habla, confiemos en que siempre nos va a dar lo que es mejor para nosotros. Alimentemos nuestro amor hacia Él a través de la oración y el perdón, en el trato y servicio que damos a los demás, en la verdad. Y es, en su verdad, que vamos a cimentar nuestra vida, en esa roca que es Jesús, para que así, cualquier tempestad no pueda derrumbarnos. 

Propósito de hoy: Cimentemos nuestra vida en el amor de Dios, aprendamos a enamorarnos de su amor.