24 de diciembre: Noche de Paz

El secreto de la noche de Navidad: la paz

Se diría que éste último secreto de la Navidad es el resumen de todos los anteriores: la paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació “mientras reinaba la paz en toda la Tierra”. 

La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.

Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan largo. Quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene la fuerza para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.  

Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Si queremos una sociedad “feliz” –hasta donde es posible en esta vida–, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de nuestra vida y de nuestra familia y dejarlo reinar. 

Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal –en cualquiera de sus formas– es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, «derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará». 

¡Feliz Navidad!