Mateo 19, 3-13
Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero al principio no era así.
Hoy Cristo nos presenta dos vocaciones: el matrimonio y la vida de entrega a Dios. Quisiera centrarme en una frase que Cristo contesta a sus discípulos cuando le preguntan sobre el divorcio y adulterio, El contestó que se llegaba a eso “por la dureza de su corazón”. Cuantas veces yo consagrada vivo como divorciada por la dureza de mi corazón, cuantos matrimonios viven como divorciados por la dureza del corazón, cuando jóvenes viven su noviazgo como divorciados por la dureza de corazón, cuantos divorciados y solteros, viven como divorciados por la dureza de su corazón. Vocación que sea, se requiere que sean “uno”. Un solo corazón, una sola carne, un solo espíritu, un solo gusto, un solo querer, un solo amor. Y vamos por la vida divididos o como si el otro (ya sea pareja, novio, amigo, Dios) no existiera. Recuerdo que fui a ver a una tía que había quedado viuda después de más de cincuenta años de matrimonio y le dije que la iba a llevar de paseo que qué le gustaba y me contestó “hay hija tantos años me hice a tu tío que ya se me olvidó que me gusta a mi”. Qué hermoso. No dejemos que se nos endurezca el corazón por egoísmo, frialdad, distancia, silencio. Que más bien mi criterio de actuar sea lo que al otro más le guste, como él quiera… Ustedes pensaran esta consagrada que va a saber, pues no mucho ciertamente, pero mi Señor, a quien le he dado mi corazón es sumamente exigente y su querer exige mucha renuncia, pero cuando hay amor, la renuncia es un abrazar el amor, por qué es abrazar el gusto, el querer del otro.
Propósito: hoy abrazar al-el amor.