Lucas 6, 12-16 “Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios”.
¿Sabías que Jesús, el Hijo de Dios se retiraba a hacer oración con Dios, su Padre y nuestro Padre?
Cuando sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, como que se nos hace raro pensar, que siendo Uno mismo, se preocupaba por orar con Dios. Porque ¡Jesús es Dios hecho Hombre!
Dios pensó que la manera más humana de que nosotros pudiéramos conocerlo, acercarnos a él y aprender de él, era si venía en la figura de un hombre, nacido de una mujer. De esa manera, como siempre necesitamos pruebas de todo, Jesús sería uno más entre nosotros, pero uno con la total Gracia de Dios. Por consiguiente, hecho Hombre, sería posible tocarlo, abrazarlo, escuchar su voz, oírlo hablar, sufrir en su martirio, orar, y más que nada conocer su sensibilidad para compartirnos su paz y su amor.
Dios hecho Hombre, nos da un ejemplo de vida, de sacrificio, de servicio, de dolor y de muerte. Él nos deja ver su parte humana por medio de Jesucristo para que nosotros tengamos la prueba de que un Hombre, de carne y hueso como nosotros, vino a dar su vida por nosotros.
Jesús nos enseña que la oración es para todos; es una forma para tener un acercamiento directo con nuestro Creador y en la medida que nos acercamos a él, la medida en que vamos aumentando nuestra fe. Creemos en el Hijo de Dios, vivimos con su dolor al ser traicionado, su tristeza al morir su amigo, su amor al entregarnos a María como nuestra madre, y su misericordia al pedirle a Dios perdón por nuestros pecados. No sabíamos que, entregarlo a él nos abría las puertas a la eternidad en su resurrección, y tampoco sabíamos que el plan de Dios se dió como él lo había planteado. Aún así, nosotros no tuvimos compasión de él. Jesús nos habla de perdonar al que nos ofende y aún hoy día en nuestra naturaleza humana no procede que dejemos libre de castigo a quién nos ha lastimado, ofendido, abusado, engañado. No hemos podido reconciliar el perdón en nuestra manera de pensar, con la manera en que Jesús nos vino a enseñar.
Podemos mejorar nuestra oración, ¡sí! No rezar por rezar, o más bien “recitar” las oraciones, las plegarias, los rezos, porque entonces no lo hacemos con intención, sino como una repetidora que dice las cosas de memoria. ¡No! Pongamos el corazón cada vez que decimos: “perdona nuestras ofensas, como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden”; porque si me atrevo a rezar de esta manera, es porque he perdonado a todos aquellos que me han ofendido, pero si no los he perdonado, entonces no soy digno de orar de esta manera ante los ojos de Dios. Y es ahí cuando, con intención le pedimos que nos perdone nuestras ofensas: al no perdonar, sigo ofendiendo a Dios.
Vamos a pedirle a Dios que nos escuche, que nos ilumine y que nos de la humildad para poder perdonar con intención a nuestro hermano, que significa con amor.
Propósito de hoy: Padre, quiero buscar la reconciliación contigo y con aquel a quién me cuesta mucho perdonar, enséñame a orar y ayúdame a aumentar mi fe.