Lucas 8, 16-18 “Porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público”.
“La verdad nos hará libre”, ya nos lo dijo Jesucristo.
Al ser humano le cuesta mucho trabajo decir la verdad y a otros más les cuesta mucho trabajo aceptar la verdad. Está dicho que las personas prefieren escuchar una mentira a escuchar la verdad. Y eso solo nos lleva a un pueblo que miente con la justificación de “hacer sentir bien al otro momentáneamente”, porque como nos dice Jesús en este Evangelio: “nada hay oculto que no llegue a descubrirse”. Pero, entonces, ¿qué pasa cuando se descubre la verdad? Muchas personas prefieren decir más mentiras.
¿Eres tú así, intrigas, medias verdades? O a ti si te gusta hablar con la verdad.
Debemos reconocer que es algo cultural; hay un fenómeno interesante desde que estamos pequeños. Se nos enseña a complacer a los demás con palabrería bonita. “Dile que estás bien”, “dile que ahora vas”, “dile que esto y lo otro”, aún si no queremos decirlo. Nos obligan de una manera a no ser honestos con lo que sentimos y poco a poco van creciendo en cada uno, diferentes maneras de mentir, que al acostumbrarnos ya ni cuenta nos damos del daño que le hacemos a los demás, y lo que es aún peor, es que cuando se descubren los secretos, la ira se apodera de nosotrosn las mentiras difícilmente se reconocen.
Jesús nos invita a ser honestos, sí, empezando con las cosas sencillas. Nos invita a no mentir, a hablar con sinceridad y a tratar de no lastimar a los demás. Nos invita a hablar con la verdad, a no guardar secretos que pueden trastornar vidas, a no vivir en un engaño. A no querer ser alguien que no somos, solo “por aparentar”. La vedad siempre sale a luz y a veces nos lastima más que a aquellos a quienes mentimos.
Cuidemos nuestra integridad.
Propósito de hoy: Voy a procurar ser honesto con lo que pienso y con lo que digo, porque la verdad me hace un ser humano libre para amar y hablar de lo que me ha enseñado Jesucristo.