Lucas 8, 1-3 “Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades”.
Jesús caminaba por los pueblos predicando la buena nueva del Reino de Dios, acompañado de aquellos que, con su presencia, dan testimonio de su amor.
Jesús eligió a sus apóstoles no porque eran santos, sino porque eran pecadores que estaban arrepentidos y tenían la necesidad de creer en alguien que les diera consuelo y ese alguien es el Hijo de Dios. Igualmente, narra Lucas en este Evangelio, que Jesús se acompañaba de varias mujeres, entre ellas María Magdalena de la que había expulsado demonios; mujeres que habían sido libradas de enfermedades por la misericordia de Dios. Jesús no las buscaba perfectas, sino arrepentidas.
He escuchado decir: “las iglesias están llenas de pecadores”, ¡pues claro! Somos los pecadores que necesitamos del consuelo que hay en la Palabra de Dios. Somos los pecadores los que pedimos a Dios que aumente nuestra fe; somos los pecadores los que nos arrepentimos de nuestras faltas y es en Dios que encontramos un refugio para nuestra alma, una luz en el desierto de nuestro corazón, un sembrador que nos lleve hasta una buena cosecha para cultivar su amor.
Jesús se rodeaba de personas a quienes amaba y en quienes ponía su confianza, porque era su propio testimonio lo que les permitía dar fe de la presencia de Dios en sus vidas.
Seamos los seguidores que Jesús está buscando, aquellos que nos arrepentimos de nuestros pecados, que le pedimos perdón para que su paz reine en nuestra vida. Seamos aquellos que procuramos imitar a Jesús en escuchar a los demás, en poner atención, en querer estar ahí cuando alguien nos necesita, en ser portadores de la Palabra de amor de nuestro Padre Dios, en todo momento.
Propósito de hoy: Quiero vivir con intención, llevando el mensaje de paz y de amor de Dios, a las personas que me acompañan en el camino.