4 DE AGOSTO: TENGO HAMBRE DE TÍ.

Mateo 14, 13-21 “Denles ustedes de comer”.

¡El hambre de Dios!

Cuando están todos escuchando hablar a Jesucristo, se concentran tanto en escucharlo que se olvidan de si mismos. Y es cuando sus discípulos le dicen que hay tanta gente que no ha comido, que es mejor que se vayan a sus casas, solo que Jesús les dice que les den de comer.

Y toda esa gente, mas de 5 mil hombres nos dice el Evangelio solo tienen hambre de Dios.

Y tú ¿tienes hambre de Dios?

Nos dice San Agustín: “¡Debemos estar hambrientos de Dios!”, hambrientos del pan de la verdad, del que nos da vida eterna, que no es otro más que el Padre Celestial.

Si es verdad que el alimento para el cuerpo es necesario, pero es más el del alma. Tanta gente escuchando a Jesucristo, porque se dieron cuenta que hablaba con la sabiduría de Dios, que les hablaba de misericordia, de cordialidad, del servicio al prójimo, de la alegría de vivir en armonía. Porque los alimentaba de paz, les enseñaba sobre el perdón y siempre sobre la bondad del amor. Lo más interesante en este contexto de hace más de 2 mil años, es que sigue vivo hoy día; cada palabra dicha por Jesús no es algo que ha quedado en los libros, no, son palabras palpables que se aplican en su totalidad a nuestro presente, s tu vida y a la mía.

Dice el Evangelio de Mateo que Jesús se había ido a un lugar apartado, en su barca, después de saber que Juan el Bautista había muerto. Él cargaba un dolor, de los más grandes que nos cuentan los evangelios y su silencio se convirtió en una clase de amor a su pueblo. Sin egoísmos, al ver a la gente llegar para estar con él, se olvidó de su dolor para transformar con su Palabra la vida de tantos, que aún seguimos escuchándolo.

San Juan Pablo II, nos dice que “las palabras de los hombres son, a veces, insuficientes, tendenciosas, ambiguas, decepcionantes, mientras que la Palabra de Dios está llena de verdad, es recta, es estable y permanece para siempre”.

Confiemos pues, en la voz de Dios, en el amor de Jesús que nunca nos falla, a diferencia de aquellos que hacen promesas con palabras que no tienen valor, tal y como nos dice San Juan Pablo II, porque no hay nadie que tenga más verdad en su palabra que Dios, nuestro Señor.

Propósito de hoy: Gracias Padre, porque aún en tu dolor, le diste más importancia a mi hambre de ti, que olvidaste la pena que tenías en tu corazón, para saciar mi hambre de tu Palabra de vida eterna.