Mateo 11, 20-24 “Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”.
Tal vez aún no comprendemos que cuando nos arrepentimos de las cosas hechas, o dichas que hieren a Nuestro hermano, Dios nos perdona.
Jesús le reclama a los habitantes de Cafarnaúm, diciéndoles que si aquellos que vivían en Sodoma, hubieran visto todos los milagros que había hecho en Cafarnaúm, todo Sodoma se hubiera salvado. Y cómo, ellos, viendo tantos milagros, seguían sin arrepentirse. “Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti”.
Y nos viene la pregunta, ¿Por qué vemos los milagros que hace Dios en nosotros, y seguimos dudando?
Vamos pensando en lo que hace Jesús en nuestra vida. Nos da consuelo espiritual, valores a respetar, fortaleza en la oración…sí, tal vez eso aún no lo comprendemos, pero qué tal si hablamos de un techo donde dormir, un pan que comer, un vehículo en que transportarnos, y mejor aún, nuestra vista para observar, nuestros oídos para escuchar, nuestras manos para construir, nuestro corazón para amar. ¿Has pensado todos los milagros que hace Dios en tu vida?
El arrepentimiento se logra cuando tenemos un corazón humilde y lleno de amor. Somos capaces de darnos cuenta de nuestras equivocaciones, a diferencia de nuestra soberbia, que no nos deja ver más allá de nuestro ego. Un corazón arrepentido ¡abre las puertas del cielo! ¿Qué pasa cuando nos acercamos a alguien para pedirle una disculpa?, ¿Acaso se da la vuelta y nos deja hablando solos?, es verdad que a veces si sucede, pero la mayor parte del tiempo vemos expresiones de incredulidad. ¡Sí! nuestro hermano ha estado esperando este día por tanto tiempo, o tal vez ya ni recordaba que lo habíamos ofendido. Pero cuando estamos ahí, postrados ante el dolor, se remueven los sentimientos de culpa y queremos que el dolor desaparezca.
Es entonces, cuando recurrimos a Dios, cuando le pedimos fortaleza y sabiduría para ser humildes. Queremos hacer las cosas diferente, empezar de nuevo, cambiar para servir con amor al que vive junto a nosotros y al que nunca lo hemos ayudado. Actuamos con alegría en el corazón, recordando que todos somos hijos del mismo Padre y que pedir perdón mueve montañas, une familias, sana decepciones, cura el dolor que causa el pecado.
Propósito de hoy: Ayúdame Padre, a no tener miedo a pedir perdón, toma mi mano y acompáñame cuando me arrepiento y busco a mi hermano para reconciliarme con él.