Juan 10, 22-30 “Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente”.
Los Evangelios nos han estado hablando de Jesús, el Buen Pastor y cómo nosotros sus ovejas lo seguimos al escuchar su voz. Hoy, Juan nos narra cómo los judíos seguían incrédulos ante la presencia de Cristo: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso?”, y aun hoy, dos mil años después siguen sin creer en él, no dan testimonio de todas las obras que Jesús ha hecho en nombre del Padre. Es entonces que, con claridad Jesús les dice que ellos no son sus ovejas, porque no escuchan su voz, ni lo siguen.
Y a nosotros los que si lo seguimos, Jesús nos ha prometido la vida eterna. Nadie puede arrebatarnos de su mano porque fue Dios Padre el que nos envió hacia él. Y nosotros sí damos fe de que Jesucristo y Dios Padre son uno mismo, creemos en su Palabra de salvación y damos testimonio de su amor todos los días de nuestra vida en espera de no morir jamás.
Cuando nos sentimos decaídos, o solos y de repente llega algún amigo o hermano y nos da un abrazo, o nos dice que nos ama es Jesús mismo que se hace presente para que no nos olvidemos de él. Todo pasa por la voluntad del Padre. Nos pone muchas pruebas que solo en su amor podemos sobrellevar; la perdida de un hijo, de un hermano, de nuestros padres nos duelen en el alma al saber que ya no van a estar con nosotros, más nuestra fe en el milagro de la resurrección y de la vida eterna nos da el consuelo de que esa persona querida no va a morir jamás. Siempre va a permanecer en nuestro corazón, en la espera de que al subir a la casa de Dios, nos vamos a reunir de nuevo con ellos.
Las promesas de Dios, traen paz a nuestro corazón y nos ayudan a aceptar el dolor, a sanar, a recordar que somos esa oveja perdida que al escuchar la voz de nuestro pastor, nos reconocemos amados. Nosotros sabemos quién es Jesús y debemos de salir a compartirlo con los demás, para que esa oveja que se salió del redil, regrese a su casa, donde es amada por la misericordia de Dios.
Propósito de hoy: ¡Eres mi Pastor y mi Señor! En ti encuentro al amor que me ayuda a salir adelante, que me fortalece y que me enseña que a tu lado nunca estoy desamparado. Gracias Padre, por hablarme por mi nombre.