Lucas 9, 28b-36 “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes”.
Jesús subió a orar con 3 de sus apóstoles que se quedaron dormidos, y en el momento de la Transfiguración del Hijo de Dios, ellos despertaron. ¿Te imaginas que de repente una luz blanca, brillante y relampagueante, despierte tu sueño?; ¿qué sentirías? Seguramente miedo, sí, como ellos. Jesús cambió de aspecto, y nos dice este Evangelio, que, una nube cubrió a Pedro, Santiago y Juan y se escuchó una voz que les decía: “Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”…era la voz de Dios, que les hablaba directamente a ellos para que creyeran, para que aumentaran su fe y reconocieran a Jesucristo como el Hijo de Dios, el Elegido, el Mesías.
Jesús se transformó, se Transfiguró y se encontró con Moisés y con Elías y dice la Palabra de Dios, que hablaron de la muerte que le espera a Jesús. Con un corazón dispuesto, dejemos que la Transfiguración de Jesús nos permita despertar, necesitamos de la luz de Dios, que nos llene de su gracia para valorar nuestros dones y talentos y poder compartirlos con los demás. La luz de Jesús nos abre el corazón a la fe, nos lleva a creer en él; y es que su luz nos ilumina y nos saca de la obscuridad en que muchas veces vivimos.
¡Hay que salir de la obscuridad! Hay que recordar que el amor de Dios nos hace libres para ser como somos, nos permite dar testimonio de fe, y su gracia nos quita el miedo de decir que somos hijos de Dios y de que nacimos para ser santos. Es por su amor que sabemos que nuestro corazón está lleno del Espíritu Santo para guiarnos y ayudarnos a salir adelante, a no quedarnos callados, a poder compartir a Jesucristo con quien nos rodea, a siempre hablar de él.
Vamos dejando que la luz de Jesús nos lleve a vivir una experiencia de paz, que nos acerquemos a nuestros hermanos con actitud positiva, con esperanza y con la certeza de que es en Jesús, que logramos alcanzar la gracia del amor en nuestro corazón. Es esa luz la que sana nuestras heridas, la que nos cura y la que nos salva, es la que nos lleva a la reconciliación y al perdón de nuestras ofensas.
¡No nos quedemos dormidos como los apóstoles!
Propósito de hoy: Quiero dejar esta obscuridad que me aleja de Dios y reconocer que no hay nada más importante que él. Que ni el alcohol, ni las drogas, ni las malas compañías tienen poder sobre mí, cuando la luz de Jesús ilumina mi vida.