Juan 1, 19-28 “Yo soy la voz que grita en el desierto”.
Esta frase de Juan me encanta: “La voz que grita en el desierto”, y que trae el anuncio del que ha de llegar a bautizar con fuego, del cuál no es digno de desatar ni las correas de sus sandalias.
Juan nos habla del que está con nosotros y al que no sabemos reconocer, del Mesías, que viene detrás de él. Juan le grita al desierto de nuestra vida, de nuestro corazón para que enderecemos el camino hacia las cosas de Dios. Nos anuncia la esperanza que viene con Jesús quién nos bautizará con el Espíritu Santo para renacer en él; Juan nos está preparando para aceptar la llegada del Hijo de Dios, y digo “aceptar”, porque ¡Jesús, ya está en nuestro corazón!, pero, las cosas del mundo, las tentaciones y el pecado no nos dejan ver, o reconocer.
“Soy la voz que grita en el desierto”…contesta Juan a los sacerdotes que ansían saber por qué este hombre se siente con autoridad para bautizar en el nombre de Dios, a todos aquellos que quieran una conversión en su vidas. Juan es el profeta del Altísimo, que viene a anunciar su llegada y a quién escuchamos llenos de fe.
Seamos la voz que grita en el desierto, con la humildad de Juan el Bautista. Llevemos la Palabra del Señor a los corazones que están perdidos en el desierto, que no saben cuál es el camino para llegar al Hijo de Dios. Busquemos la manera de ser esa voz que lleva a Jesús vivo a la vida de aquellos que están abatidos, sin voz, a todos aquellos que se han alejado de él. Dejemos que Jesús actúe en nosotros para creer en esa voz en el desierto, que nos lleva a los caminos del Señor.
El amor de Jesús convierte todo desierto en huerto fecundo, que florece y se llena de fruto abundante. Vamos dejándolo entrar en ese desierto de nuestra alma para llenarnos de misericordia, de perdón, de fe, de alegría y especialmente del amor infinito de Dios. Permitámos que nuestro desierto se convierta en un camino de servicio y de amor.
Propósito de hoy: Quiero recibir a Jesús todos los días en mi vida para enderezar el camino que me lleva a la casa del Señor.