18 DE NOVIEMBRE: QUE MI FE, ME SALVE.

Lucas 18, 35-43 “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

¿Quién es capaz de dirigirse de esta manera hacia el Hijo de Dios? ¿Tú, yo? La respuesta es muy bonita: es capaz de hablarle así a Jesús, todo aquel que tenga fe.

¿Cómo vamos en eso de la fe?

Cuando sentimos una gran necesidad de Dios, acostumbramos pedirle que nos ayude, que atienda nuestras suplicas, que nos quite eso que venimos cargando por mucho tiempo y cuando lo hacemos, sabemos que le estamos hablando al Padre amoroso, que está atento a todo lo que nos pasa en la vida.

A eso le llamamos fe. A creer en Dios, en su Palabra de vida eterna, en su Hijo Jesucristo.

Y ¿qué pasa cuando no creemos en Dios? Nos damos cuenta que no podemos lograrlo solos, que hay algo que falta en nuestra vida, y que se nos presenta un vacío que no entendemos. En ocasiones volteamos al lugar equivocado, y nos dejamos llevar por lo que nos dicen los demás y caemos en  la trampa de confiar en algo o alguien que nos aleja de la presencia de Dios. Pero, cuando aprendemos que nuestra vida es menos complicada, o cuando buscamos estar más en paz con los demás, sabemos que es porque dejamos entrar a nuestro corazón, la voz amorosa de Dios.

Es que, cuando permitimos que Jesús nos consuele y que nos de respuestas a nuestro pesar, sabemos que tiene compasión de nosotros y hace milagros en nuestra vida, tal y como lo hizo con el ciego que le gritaba: “¡Tú, Hijo de David!”. Y es porque reconoció su fe y así como también reconoce nuestra fe.

Vivamos aumentando nuestra fe con la oración. Acerquémonos a Jesús en la Eucaristía. Permitamos que el Espíritu Santo nos consuele el alma con el deseo de que Jesús nos reconozca, que podamos dejarlo entrar a nuestra vida, y así recibir sus gracias y su misericordia para dar testimonio de que creemos en él, de que nuestra fe es incondicional y plena.

Vivamos con alegría al sabernos hijos amados de Dios.

Propósito de hoy: Quiero reconocer a Jesús en todo lo que hago, y dar testimonio de fe en el perdón y en la bondad. Que nunca me aparte de Dios.