10 DE NOVIEMBRE: QUIERO PARECERME AL HIJO DE DIOS.

Marcos 12, 38-44 “En su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Jesús nos habla de lo mucho que reconoce nuestro esfuerzo, el de todos nosotros y sabe distinguir entre un sacrificio, una entrega y aquello que nos sobra, lo que damos a otros para quedar bien ante la sociedad, o aquel que nos está viendo.

Muchas veces creemos que al estar en misa y compartir lo que tenemos en las ofendas o en la colecta, estamos cumpliendo con Dios. De hecho, hay veces que ni siquiera nos acordamos de llevar algo de comida para depositar en la canasta de las ofrendas y no pensamos en que hay otras personas que tienen aun menos que nosotros y a quienes podemos ayudar, sin saber, a salir adelante en la vida cotidiana. Compartir lo que tenemos en casa, beneficia a muchas familias, o a nuestro vecino y o al que pasa por el templo a pedir una cooperación para llevar comida a su casa; sí, ¡a darles un poco de despensa! solo que no nos damos cuenta y no estamos cumpliendo con nuestro deber como buenos hijos de Dios, que se preocupa por los demás. ¿Te ha sucedido?

La señora de esta historia es alguien que sabe que al momento de compartir lo que tiene, Dios se lo va a multiplicar. Su actitud es de alguien que confía, que tiene fe, y que reconoce que hay alguien que la ama y por más difícil que sea su circunstancia no se siente sola, cree en Dios.

Ella lo dio todo.

Podemos identificarnos con la figura de la mujer del Evangelio de Marcos al poner en práctica los valores que nos han inculcado desde pequeños. Dios nos está viendo, ¡Qué importa si nadie más nos ve! Realizar obras de caridad y de misericordia nos sanan el alma, nos hacen sentir que nuestro esfuerzo vale la pena, y que es en el servicio con alegría, en lo que más nos parecemos a Jesucristo, el Hi jo de Dios.

Propósito de hoy: Que mi entrega de amor y el despojo de mis bienes no sean por aparentar, que sean acciones que salen de mi corazón porque me parezco al Hijo de Dios.