22 DE SEPTIEMBRE: VIVES EN MI CORAZÓN.

Marcos 9, 30-37 “El que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.

Recibir a Jesús es recibir a Dios Padre, es abrirle las puertas del corazón para poder dar testimonio de que el amor incondicional de su Palabra de vida eterna, está en nosotros.

Jesús nos habla de ser como los niños, de aprender con alegría, de vivir en la inocencia del siervo que aún no ha sido sometido al mundo, a la maldad del corazón del hombre. Jesús nos invita a ser como él, a creer en Dios y a aprender a perdonar tal y como lo hizo en la cruz. Jesús es quién nos ha enseñado a rezar y es en la oración que fortalecemos nuestra fe; porque vamos conociendo cada vez más, los milagros que hace por nosotros. Aprendemos que a su lado, no nos va a faltar nada, lo único que él nos pide, es que lo recibamos en el corazón, con la mente dispuesta a reconocerlo como el Hijo amado de Dios. Como Dios mismo, como el Salvador y Redentor del mundo.

Jesús habla de su muerte y de su resurrección, pero no es comprendido por sus apóstoles por que si lo pensamos bien, si viene alguien y nos dice que sus amigos lo van a entregar a las autoridades para ser enviado a muerte y luego, en tres días va a resucitar, tampoco nos sería fácil entender. Por eso la fe es tan importante en cada uno de nosotros, si es cierto que es algo colectivo, por que como Iglesia creemos, pero también es una relación muy personal con Dios, con el Hijo del hombre, con Jesucristo. La fe es una gracia que le pedimos a Dios, es el deseo ardiente de comprender a Jesús y sus enseñanzas, es el resultado de la oración, de la sabiduría de Dios, y por consiguiente nos lleva hacia la Eucaristía.

Somos bautizados en el nombre de Dios, y estamos dispuestos a la santidad y a la entrega fecunda de lazos de amor por nuestros hermanos, a querer ser el primero siendo el último, el que ayuda a otros, el que sirve con amor, el que dedica su vida a hacer el bien común y no solo el propio. Todos podemos tener el don de la oración, de proclamar la palabra de Dios, solo necesitamos estar dispuestos a dejar de lado nuestro egoísmo para dedicarle nuestra vida al amor de Dios.

Y tú, ¿Estás dispuesto a hacer cambios en tu vida, para amar con la inocencia de un niño, como lo es Jesucristo, sin maldad, para recibirlo a él en tu corazón?

Propósito de hoy: Padre, permite que mi oración cada día se fortalezca en tu amor para poder recibirte en mi corazón.