7 DE AGOSTO: LA COMPASIÓN ME VIENE DE MI FE.

Mateo 15, 21-28 “Señor, hijo de David, ten compasión de mí”.

El amor de Dios se manifiesta todo el tiempo en nosotros cuando estamos atentos a sentirlo, a vivirlo y a querer recibirlo. Él siempre está con nosotros en las buenas y en las malas, solo que cuando nos distraemos con lo material y mundano, no alcanzamos a ver que la compasión del Padre nos envuelve para protegernos de cualquier tormenta.

Una vez más los evangelios nos hablan de la fe de las personas que seguimos a Jesús y hablo en presente porque cuando hay un personaje en los pasajes bíblicos que no tiene nombre, podemos poner el nuestro. ¡Sí! Nosotros somos parte de ésta historia de salvación, claro y debemos sentirnos partícipes en cada acción que Jesucristo hace por los demás. De alguna manera nosotros somos testimonio de fe en cada milagro y en cada ocasión de alegría que viene de Dios. ¿Lo habías pensado?

La mujer se le acerca a pedirle que le quite a su hija el tormento de estar poseída por un demonio y Jesús dice en voz alta: “Mujer, ¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y así fue, la fe mueve montañas, como decimos y por nuestra fe vamos a ser reconocidos por los demás y por Dios en el último día.

Y es cuando nos detenemos a pensar ¿Cómo va mi fe?, ¿Qué hago para que mi fe aumente? Porque la fe es una gracia que nos viene de Dios y que recibimos cuando la pedimos. Y, la pedimos al acercarnos a Jesús en la oración, al recibirlo en la Eucaristía, al escucharlo en los Evangelios, o en el servicio que damos a los demás y principalmente en el perdón. Esa palabra tan sencilla, pero tan difícil de realizar, requiere mucha humildad y compasión, porque la fe sin acciones para el bien común o del prójimo, no es de mucho valor y el perdón es el testimonio más grande de fe, de compasión y del amor de Dios que vive en nuestro corazón.

Propósito de hoy: Padre, ayúdame a aumentar mi fe, para vivir como tu Hijo Jesucrsito y dar testimonio de que tú caminas a mi lado.