9 DE MAYO: TÚ VIVES EN MI.

Juan 16, 16-20 “Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría”.

La alegría en el corazón del cristiano nos viene del Espíritu Santo y es que es la alegría que nos transmite la paz de Dios. Como nos dice hoy el Evangelio de Juan y aunque suene un poco ilógico, que al morir Jesús, el Hijo de Dios, la profunda tristeza que nos embarga, se transforma en motivo de alegría. Y no es una alegría fingida ni hipócrita, porque viene de Dios.

Imaginemos que somos nosotros los discípulos de Jesús y en el amor que nos tiene, Él nos dice: “Dentro de poco tiempo ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver”. ?Qué pensaríamos? ?Lo vamos a ver o no lo vamos a ver? ?Acaso vamos a jugar a las escondidas? Y claro que Jesús se daba cuenta que no comprendíamos el significado de Sus palabras. Por eso nos dice que nuestra tristeza -que será causada por la muerte injusta que sufrió- se transformará en alegría cuando resucite de entre los muertos, como Él mismo nos ha venido preparando. Y esa alegría no es más que el consuelo que nos da el Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor y que llega a postrarse en nosotros una vez que Jesús sube al cielo.

“No tengamos miedo” nos decía San Juan Pablo II, y esas palabras aún hacen eco en nuestra mente; no tengamos miedo. Jesús en la cruz fue muy valiente y muy humano y compasivo; sabiendo su destino, se dejó clavar en esa cruz para darnos la oportunidad de creer en Él, de confiar, de aumentar nuestra fe y nos deja un legado de amor y de perdón que no podemos traicionar.

El Espíritu Santo con sus dones nos entrega la llave que nos va a llevar a la paz. Sí, nos da la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios a cada uno de nosotros y cuando descubrimos y desarrollamos estos dones, lo tenemos todo para ser felices porque de ellos se derivan una serie de emociones que nos permiten acercarnos mucho a Jesús en la cruz. Son los frutos de Su Espíritu, como el amor, el gozo, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la templanza y por supuesto la paz.

Alegrémonos pues, porque Jesús ha regresado y lo podemos ver en el rostro del que está frente a nosotros, en el buen amigo, en aquel que sufre y está en nosotros también, en cada acción de servicio, de perdón y de paz que vivimos por los demás.

Propósito de hoy: Quiero dejar que el Espíritu de paz llene mi corazón para alegrarme porque Jesús está vivo en mi.