18 DE ABRIL: TE ENCUENTRO EN MI CORAZÓN.

Juan 6, 44-51 “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”.

¡Jesús! Jesús es el pan de vida que ha bajado del cielo, Jesús es el enviado del Padre, el que viene a traernos la salvación, Jesús es el que dio su vida por nosotros. Y nosotros, que creemos en Jesús, tendremos vida eterna.

¡Qué hermoso Evangelio nos presenta hoy Juan, ¡Jesús es el pan que nos alimenta y el que nos lleva hacia el amor del Padre!

Recuerdo cuando realicé un ayuno de 40 días en Tierra Santa, ese pedazo de pan que comía a diario en la Eucaristía y que saciaba mi hambre, ¡Era Jesús! Y fue con Jesús, durante esos 40 días que yo viví extasiada de amor, llena de paz, con una alegría que solo se entiende en una entrega total. Jesús se llevó consigo mi dolor, quitó de mí esas penas de la vida cotidiana que me tenían presa y es de su mano, que yo aprendí a perdonar, que supe cómo reaccionar ante la adversidad, porque fue Él mi fortaleza y me enseñó una nueva forma de amar. Jesús es el pan de vida; de nuestra vida, de cada uno de nosotros que somos llamados a ser discípulos de Dios a travez de Él, y es en la oración y en ese trozo de pan que comulgamos y que es también Él, donde está su presencia tranquilizante, para nuestra alma, cuando nos sentimos vulnerables.

Jesús, que es el pan de vida bajado del cielo, nos regala una oportunidad nueva cada día en su perdón, en la manera que nos hace sentir amados; es Él, quién nos quita el hambre que nos posee de hacer daño, de odiar, de resentir el comportamiento de otros hacia nuestra persona. Jesús, quien es alimento para nuestro espíritu, es también la paz que necesitamos para hacer el bien, para sentir compasión, para que nuestro corazón se llene de bondad y de fe. Jesús tiene poder salvador y nunca nos deja solos, siempre está cerca aún si nosotros nos alejamos de Él, porque quiere que nosotros nos demos cuenta de que Él, es el pan de vida.

Propósito de hoy: Jesús, en mi oración, concédeme la gracia de la fe para reconocerte en la Eucaristía y sentir los latidos de tu corazón en mi corazón.