13 DE MARZO: POR TU AMOR, TODO ES POSIBLE.

Juan 5, 17-30 “El Padre ama al Hijo”

Que alegría este Evangelio de Juan, donde nos está recordando lo mucho que nos ama Dios. Porque nosotros somos los hijos del Padre, ahí nos lo dijo Jesús, en la cruz, ¿Te acuerdas? cuando nos dio la dignidad de ser sus hermanos, hijos de María y de Dios Padre.

Todo aquel que cree en Dios puede sentir su amor y todos los seres humanos aún si no sienten el amor de Dios, son amados por Él. Ese amor incondicional nos hace fuertes y aunque a veces no queramos reconocer a Dios, aún cuando dudamos de Él, o le ponemos pruebas a su existencia, su amor nos acompaña cada día y es por ese amor que nosotros también podemos amar.

Me gusta mucho hablar del amor del Padre, a veces no sé cómo expresarlo en palabras, y tal vez te pasa igual. Saber que hay alguien que me ama más de lo que yo puedo imaginar amar, me hace sentir acompañada. Muchas veces no aceptamos cuando recibimos mucho amor pensando que no merecemos un amor así. A veces nos pasa cuando estamos enamorados, o cuando sabemos que nuestros padres están siempre ahí para ayudarnos a afrontar dificultades, tal vez tenemos un tío o una tía, o nuestros abuelos y nos sentimos tan amados y protegidos, que aún en nuestras tristezas sabemos que no estamos solos. Mejor nos sucede con el amor de Dios, nunca estamos solos, solo debemos abrazar ese amor, dejarlo ser en nuestro corazón y agradecer mucho por ser personas amadas por Él y por quien nos rodea.

Jesucristo nos enseña en este Evangelio que Él y el Padre son unos mismo, “Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo”. Y ellos nos han venido a traer la paz, ellos quieren que aprendamos a vivir en su verdad, que es palabra de esperanza, de fortaleza, de misericordia y de perdón. Porque es en el perdón que nosotros damos testimonio de éste amor infinito que recibimos del Padre y del Hijo.

Propósito de hoy: Acercarme con amor a ayudar a los demás; hacer el bien sin mirar a quién y esforzarme para ser ejemplo del amor de Dios en el corazón de los demás.