20 DE FEBRERO: AYÚDAME A PEDIR PERDÓN.

Mateo 6, 7-15 “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

¿Sabes que, es en el perdón en lo que más nos parecemos a Jesús?

El Evangelio de Mateo narra cuando Jesús nos enseña el Padre Nuestro, que es una de las primeras oraciones que aprendemos, tal vez después del Angel de la Guarda ¿Verdad? Y es muy claro cuando nos dice que si no perdonamos a los demás, nuestro Padre tampoco perdonará nuestras faltas; nos invita a perdonar para ser perdonados por nuestro Padre celestial.

Recordemos que Jesús, el Hijo de Dios, fue crucificado, le dimos una terrible muerte, lo clavamos en un madero, lo escupimos, le metimos una lanza en su costado y por si eso no fuera dolor suficiente lo flagelamos y le pusimos una corona hecha de espinas en su cabeza hasta hacerlo sangrar. Y Jesús, en la cruz, antes de morir nos dió un regalo más: nos perdonó; pidió al Padre que nos perdonara porque no sabíamos lo que hacíamos. ¡Ciertamente! No sabíamos…

En el perdón, tenemos la oportunidad de salvar nuestra vida porque imitamos al Hijo de Dios. Sabemos que es muy difícil pensar siquiera en perdonar a quién nos lastimó, al que nos atacó, a aquella persona que nos insultó o a quién intencionalmente nos hizo daño y es que, muchas veces son personas dentro de nuestro núcleo social y familiar a quienes solo queremos odiar. Pero el odio es lo que nos ocasiona las enfermedades, ese rencor que guardamos se convierte en un cáncer que nos lastima más que cualquier otra cosa y entonces nosotros mismos nos estamos haciendo daño. Odiar debería quedar fuera de nuestro sistema. Muchas veces cuando no podemos controlar nuestras emociones es cuando nos alejamos más de Dios, porque corremos a buscar respuestas baratas que no nos permiten ven con claridad nuestro dolor, lo queremos enterrar, pero terminamos enterrándonos también a nosotros, en lugar de buscar a Dios para que, con su amor, nos fortalezca para salir adelante juntos, perdonando a los demás y a nosotros mismos, por el dolor que nos causamos.

El amor misericordioso de Dios nos protege, nos cura y nos acompaña cada vez que nosotros le permitimos entrar a nuestra vida y eso lo logramos al rezar, cuando en silencio alzamos nuestra oración diciéndole “perdona nuestros pecados” y es ahí, cuando el milagro de la resurrección se hace en nosotros, porque volvemos a nacer como personas de fe y de amor, por la gracia de Dios.

Propósito de hoy: Que seas siempre la esperanza en mi camino de fortaleza y de amor para poder perdonar al que me ofende.