12 DE ENERO: JESÚS, SÁNAME.

Marcos 2, 1-12 “ El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados”

El Evangelio de Marcos nos relata cómo algunas personas seguían sin creer que Jesús era el Mesías, el Enviado y ponían en duda cuando sanaba a los que sí creían y por su fe, acudían a Él. Algunos tenían que ver con sus ojos que ocurría algo, un signo visible, algo físico, y Jesús sabiéndolo, sanó al joven paralítico, primero su alma y luego su cuerpo para que todos lo vieran, diciéndole “Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. ¿Somos nosotros como éstos incrédulos o como aquellos que tienen fe en y reconocen a Jesús como el Hijo de Dios?

Cuando le pedimos a Jesucristo que tenga misericordia de nosotros y sane nuestras heridas internas, nuestro dolor, o nuestros pecados cuando el demonio no nos suelta, Él nos responde porque le hacemos saber que lo reconocemos, que tenemos fe en su palabra y que creemos que es el Hijo de Dios. A Él le entregamos nuestro dolor y Él lo intercambia por su amor y entonces experimentamos paz en nosotros, que a veces incrédulos no sabemos qué es, y sí, hay que ser más cuidadosos con las cosas de Dios, con nuestra oración y con aquello que le pedimos porque cuando nos sentimos muy tranquilos después de una tormenta es porque ya actuó en Señor en nuestro corazón, aún si no parece ser un signo visible, Él ya nos dió su respuesta de amor.

Jesús tiene el poder para perdonar nuestros pecados y nosotros que somos su imagen y semejanza tenemos la gracia del perdón ¿No lo sabías? Pues sí. Tu y yo y los demás fuimos creados por amor y el amor no es otra cosa que perdón. Cuando alguien se acerca a nosotros y nos pide perdón por habernos ofendido, debemos dejar ese orgullo obstinado fuera de nosotros, sí, es más bonito y sano para el alma dejar de odiar, o tener rencor y querer perdonar al que con humildad se acerca a nosotros ¿No crees? Es también la paz que busca nuestro corazón para dejar de pelear, o de envidiarnos unos a otros, o de querer siempre tener la razón y el poder. Recordemos que también sanar es algo personal que no se ve, pero que se siente ese amor transformador de Dios. Y aún algo mejor que saber perdonar es querer pedir perdón.

Sin miedo y con la esperanza de la vida eterna hay que acercarnos a quien ofendimos para pedirles perdón y que nuestra alma esté preparada para ser feliz y vivir en armonía con los demás pero principalmente con nosotros mismos.

Propósito de hoy: Quiero entender que Jesús sana mi corazón roto y lo reconozco cuando hay una paz que ilumina mi forma de ser.