Lucas 10, 25-37 “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”
Esta es la pregunta que debemos hacernos todos los día, como si tuviéramos que escuchar la respuesta muchas veces hasta asimilarla: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo”.
Entonces es cuando debemos hacer un examen de conciencia con honestidad y decidir si amamos a Dios por sobre todas las cosas. Una vez que tengamos eso resuelto, hay que analizar la siguiente parte que es la amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. En estas dos respuestas hay realidades intrínsecas que bloquean nuestra mente. ¿Acaso Dios existe? Si yo no me amo ¿cómo voy a amar a otros?
Así que empecemos por la primera. Nuestra fe. Nadie puede creer en Dios si no tiene fe en la presencia de Dios en su vida. Si no sabemos recibir sus bendiciones ni reconocer nuestras virtudes, dones y talentos tal vez estamos lejos de conocer a Dios. Es gracias a él que nos movemos, que tenemos conciencia, que estamos vivos; somos su creación y damos testimonio de él cuando hablamos de él, de su Hijo amado, que se sacrificó para que tuviéramos una oportunidad más de hacer las cosas bien, basados en la verdad que nos ha traído con su vida, su muerte y su resurrección. Creer en Jesús es un acto de fe y esa fe la logramos al pedirle al Padre que nos alimente con su amor y su misericordia.
Y la segunda parte, viene de el reconocimiento de que somos hijos de Dios. Somos hijos de un Rey, y como tal, estamos llamados a la santidad, fuimos creados a imagen y semejanza del Hijo de Dios y estamos llenos de virtudes. Saber ver nuestros dones y talentos con humildad, sin presunción, nos permite desarrollarlos para el bien común y es entonces que aprendemos a amarnos a nosotros mismos, recordando siempre que no podemos dar lo que no tenemos. El amor es parte fundamental de nuestra existencia, de nuestra alegría, de nuestra posibilidad de salir adelante y empieza todo con el amor de Dios hacia nosotros, de nosotros hacia él y así amar a los demás nos va a ser menos difícil. Hay que darnos cuenta que el amor hace que nuestro mundo gire en torno al bien.
Trabajemos en desear conseguir la vida eterna, seamos buenos hermanos y amemos a Dios con todo nuestro sentir para recibir de él la alegría de vivir en su gracia.
Propósito de hoy: No olvidare que el Espíritu Santo es mi motor, que me lleva a amar a Dios y a sentir que mi prójimo es alguien importante en mi camino, es con quién comparto mi vida y debo también amarlo como a mí mismo.