2 DE SEPTIEMBRE: SALTE DE MÍ, SATANÁS.

Lucas 4, 31-37 “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno?”

¡Hasta el demonio sabe quién es Jesús de Nazaret!: “sé que tú eres el Santo de Dios”. Y le dice que qué es lo que quiere con ellos. En realidad lo que Jesús quiere, es rescatar el cuerpo que este demonio esta usando y que no le permite vivir en paz. Nos damos cuenta que el demonio reconoce al Hijo de Dios y que con una sola palabra, Jesús lo expulsa de un cuerpo que no lo necesita.

En ocasiones cuando nos enojamos mucho y gritamos y tal vez golpeamos a alguien en nuestra cólera, le estamos dando paso al demonio para que altere nuestros sentidos.  Veces no entendemos cómo nos enojamos de esa manera y creemos que algo no está bien en nosotros y no encontramos explicación. Sin embargo, si la hay. Actuamos fuera de nosotros mismos cuando le dejamos espacio al mal; sí, cuando dudamos de la presencia de Dios en nuestra vida.

Pero, ¿cómo es eso? Si, es cuando desatendemos las cosas de Dios y le damos mayor importancia a cualquier otra cosa. Bajamos la guardia, nos alejamos de la vida espiritual donde Dios va guiando nuestros pasos. Jesús es la mejor manera para vencer las tentaciones del demonio, porque él ya lo hizo. Y recordemos que estamos creados igual que él, con el mismo amor y la misma dedicación y que somos capaces de vivir como él, amar como él, creer como él, confiar como él, solo debemos tener el propósito.

Jesús se mete con el demonio, en este pasaje del Evangelio de Lucas, porque nosotros le pertenecemos a Dios. Somos sus criaturas amadas, y nadie tiene porqué meterse con nosotros y es Jesús quien nos reclama como suyos. Él es nuestra fortaleza, con él nada nos falta, lo tenemos todo.

¿Si Dios conmigo, quién contra mi?, ¿verdad?

Que nunca se nos olvide perdonar, como Dios nos perdona a nosotros; que podamos siempre amar con la fidelidad de Dios para ponerle una barrera al demonio y que no se apodere de nosotros. Que recordemos que somos hijos de Dios y con él nada nos hará falta.

Propósito de hoy: Salte de mí Satanás, que tú no eres el dueño de mi vida. Por el amor y la fortaleza de Dios en mi corazón, tú quedas excluido de mi vida y nunca podrás contra el poder que Dios ha puesto en mí para no dejarte entrar en mi corazón.