Lucas 4, 16-30 “El Espíritu del Señor está sobre mí”.
Este Evangelio nos relata cuando Jesús llega a la sinagoga en Nazaret, y hace esta lectura y les dice a los que están ahí presentes: : “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura, que ustedes acaban de oír”. Aunque sabían que era el hijo de José, admiraron su sabiduría y aprobaron sus palabras.
Me pregunto que habrán sentido todos al saber que era Jesus, ahí frente a ellos el que debía de llegar, como dice también: “me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
Jesús, el Elegido, el Salvador, el lleno de misericordia que ha venido a proclamar la gracia de Dios. Hoy día, reconocemos que es Jesús, el Hijo de Dios, quién nos ha traído la buena nueva para que nuestros corazones se llenen de esa noticia que es el amor.
Nuestra misión es seguir los pasos de Jesús y eso significa que debemos unirnos a la misión permanente de llevar su Palabra a aquellos que no la conocen y que muchas veces es alguien de nuestra familia. Qué importa si se ríen de nosotros porque creemos en la historia de Jesús de Nazaret, con perseverancia ellos también se darán cuenta que necesitan a Dios. Solo que nos crea un compromiso, sí, porque a nosotros nos van a creer por nuestras acciones, por nuestro ejemplo. Si eres de las personas que vas al templo y pasas ahí la misa, el rosario, la novena y sales a la calle después de tanta oración, creyéndote superior a los demás, engrandecido y arrogante, maltratando a los de tu casa, ¿piensas que todo lo que según tu oraste te vale de algo? Piénsalo dos veces. Que pases todos los días en el templo, pero que tus acciones vayan en contra de la doctrina cristiana, de esa que nos vino a traer Jesucristo, tal vez, tu oración es solo una manera de ocupar tu tiempo, de sembrar mala semilla que jamás llegará a dar frutos.
Es nuestro ejemplo, nuestro servicio al otro y nuestra misericordia hacia el que está en desventaja lo que nos hace dignos hijos de Dios. Ir a misa, comulgar, rezar el rosario, y todas las devociones que existen son fecundas cuando imitamos a Cristo, cuando somos humildes de corazón, cuando vivimos en la verdad de Dios. Con Dios no se tiene que aparentar, porque es él quién nos da su gracia al orar, es por medio de él que aumentamos nuestra fe, no es por las horas desperdiciadas que pasas en el templo cuando tu cosecha no da fruto abundante del amor de Dios.
Propósito de hoy: Que sea nuestro ejemplo lo más importante al momento de imitar a Jesús, y que sea su Palabra de amor la que sembremos en el corazón de aquel que aún no lo conoce. Seamos buena semilla, sembremos amor y cosechemos fruto abundante para la gloria de Dios Padre.