Mateo 20, 1-16 “Toma, pues, lo tuyo y vete”.
Las respuestas de Jesús son tan justas, y nosotros las renegamos. ¿Lo crees así?
Dios nos ve a todos por igual, con las mismas luchas, con el mismo dolor, con las mismas penas y siempre nos trata por igual. ¿Por que va a darte más a ti que a mí? Si él nos hizo a imagen y semejanza de su propio Hijo.
Sí, y también nos dió el mismo corazón.
¿Cómo está tu corazón?, ¿Sigue siendo amoroso como el día que naciste, o se ha hecho hostil? Esa es una buena pregunta que podemos hacernos el día de hoy.
En este encuentro de Jesús con los trabajadores del campo, les ofrece el mismo pago, sin importar desde qué hora empezaron a trabajar en sus campos. Él nos dignifica a todos por igual, sabe que tenemos necesidades, responsabilidades y obligaciones para con nuestra familia, nuestros hijos, nuestros padres. A él, solo le importa que tengamos el deseo de hacer las cosas bien. Todos tenemos nuestra manera de ser y de reaccionar, y aunque nos enojemos porque el otro no hizo lo mismo, tiene mérito su esfuerzo. Es ahí donde entra el dicho de que siempre venos el césped del vecino más verde que el nuestro. Pero no, para Dios todo es igual, su amor no se dosifica, no. Su amor es latente y está vivo en cada uno de nosotros, sin importar la manera en que hacemos lo que nos corresponde. Aquí lo importante es si podemos percibir ese amor incondicional que Dios tiene para cada uno de nosotros. Es ahí, donde radica nuestra percepción del amor que nos tiene cuando nos dice: “Toma, pues, lo tuyo y vete”.
Yo tomo lo mío en la medida que reconozco que necesito de Dios para vivir y es entonces cuando podré irme en paz, tomando el amor que me corresponde para alcanzar la gloria de su felicidad.
Propósito de hoy: Padre de amor, permíteme cumplir con mis promesas para así poder acercarme a ti y recibir todo el amor que tienes para mi corazón.