12 DE AGOSTO: VIVAMOS CON LA INOCENCIA DE UN NIÑO.

Mateo 18, 1-5. 10. 12-14 “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí”.

Los niños representan siempre, una esperanza. Sí, son la esperanza de un mañana mejor, de un mundo mejor y de un futuro mejor para todos. Por ello, cuando los discípulos le preguntan a Jesús: “¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?”, Jesús les contesta que son los niños.

Y es que un niño no tiene maldad, vive una inocencia que nosotros los adultos ya olvidamos, el mundo hace que nos olvidemos de cuidar nuestra mente pura y nos dejamos llevar por emociones negativas cuando alguien actúa diferente a nosotros. ¿Te has dado cuenta? Por eso Jesús siempre nos insiste: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos”. Y nosotros, ¿qué hacemos?, nos enojamos más, queremos tener la razón, insistimos cuando creemos que nadie debe contradecirnos y dejamos de ser como los niños. Olvidamos que “el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí”, nos dice Jesús.

Ahora, queriendo entender las palabras de Jesús, podemos empezar a hacer las cosas diferente. Primero, procurar enseñarle a nuestros hijos y nietos que el amor de Dios es el amor mas grande que tienen en su corazón, y es que muchas veces no lo decimos lo suficiente. Y después, preocuparnos por alimentar nuestra mente de bondad, de compasión, de querer realizar obras de misericordia donde le digamos a los demás que el amor de Dios es lo que nos motiva a ser mejores personas y dar así, testimonio de que lo conocemos.

Estemos pues, dispuestos a dejar atrás la maldad que hemos acumulado con los años, que no limite nuestra mente y nos corte la libertad de ser felices. Busquemos la armonía en nuestras acciones, porque la verdad de Dios es la que nos hace libres para poder elegir lo que es mejor para todos y lo que más agrada a Dios.

Propósito de hoy: Que al enseñar a los niños la paz de Dios, también la podamos recibir nosotros en nuestro corazón.