Lucas 11, 1-13 “El Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan”.
“Al que pida, se le dará”, nos dice Jesucristo en este Evangelio de Lucas y es verdad.
Por ejemplo, la fe. ¿Tu crees que por asistir a misa te llanas de fe? No precisamente, ir a misa es una devoción, y la fe, es creer en Jesús, hecho Hombre. Y para creer en Jesús, hay que pedirle a Dios su gracia, que sea su voluntad sobre nosotros cuando le pedimos fe. De igual manera sucede con el Espiritu Santo, el Consolador, el refugio ante nuestro dolor.
Es el Espiritu Santo el que nos cobija, es la voz que nos calma, la que nos habla al oído cuando las cosas van mal para decirnos que no estamos solos, que Dios está con nosotros, que no tengamos miedo. Y qué mejor que vivir llenos del Espíritu Santo, del Espíritu de Dios en nuestro corazón, solo hay que desearlo. Sí, sentir esa necesidad del amor en nosotros, que solo Dios nos da, nos llena, nos fortalece.
Pedir no es una muestra de debilidad, al contrario, el que es capaz de pedir, es el mayor, nos dice Jesús, es el humilde, el que se da cuenta de que ni lo sabe todo, ni lo tiene todo. Y nada nos quita, pedirle a Dios que esté junto a nosotros, que nos de paz, que nos de fe, que nos llene del Espíritu Santo y así hacer mejores elecciones de vida. Es entonces, cuando caminamos sabiendo que somos hijos de Dios y que solo él puede confortar nuestra alma.
Que nunca se nos olviden las palabras de Jesús: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que toca, se le abre.” Y también ¡nos enseña a pedir! ¿Sabes que él, a quién conocemos como el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios también le pedía a su Padre? Él, en la humildad de su corazón, era vulnerable, tenía necesidades, sentía dolor y oraba con devoción al Padre Celestial, al mismo a quién nosotros también necesitamos y a quién le rezamos y nos vino a enseñarnos a orar.
Hemos aprendido la oración desde el corazón humilde de Cristo, es la oración que lo tiene todo y que nuestro Dios, se complace en escuchar todo el tiempo, cuando estamos alegres, tristes, en paz, con dolor, no importa, él siempre está listo para escucharnos y brindarnos su amor y consuelo: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación’ “
Amén.
Propósito de hoy: Gracias por escucharme cada vez que te imploro pidiendo tu amor y tu perdón, y me respondes que no estoy solo.