20 DE JULIO: QUE NADIE ME QUITE MI LUGAR A TU LADO.

Lucas 10, 38-42 “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.

¿Cuál sería la mejor parte y por qué?

Marta ocupada en sus cosas, en poner tal vez, cafe, la mesa, que la casa estuviera presentable para la llegada de Jesús, su amigo. Si fuéramos nosotros tal vez haríamos lo mismo cuando va a visitarnos alguien especial, pero, en lugar de sentarnos, seguimos ocupados cuando nuestro visitante ya está en casa, como Marta. Es por eso que, Marta se queja porque su hermana María, “no está haciendo nada”.

Pero, ¿qué está haciendo María?

Cuando llega Jesús, nos cuenta Lucas sobre la hermana de Marta,“María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra.” ¡Esa es la mejor parte! Sentarse a escuchar a Jesús, acompañar a su invitado, dejar todo de lado para recibir al Amigo querido, poniendo toda su atención a lo que venía a platicarles. A diferencia de Marta que se inquietó más por lo material que por la alegría del alma.

Jesús quiere que nos demos cuenta que él está aqui, junto a nosotros y que como el fiel amigo que es, quiere que pongamos atención cuando nos habla. Podríamos pensar, ¿en qué momento, Jesús nos habla? En todo momento. Él nos espera si estamos cansados o afligidos, para cargarnos; el nos escucha cuando nuestro dolor no nos deja vivir y nos da consuelo; él está siempre presente cuando las cosas van mal y toma nuestros pesares para que su yugo suave nos aligere la carga.

Y a nosotros ¿qué nos corresponde? Nos corresponde imitar a María, recibir a Jesús en nuestro corazón, sentarnos a escuchar su Palabra de vida eterna, imitar sus obras y recordarle a Jesús que no hay nadie mayor que él ni trabajo más importante que él; y que el lugar donde  queremos estar, es junto a él, a sus pies, en su regazo, tomados de su mano, para seguir sus pasos, su camino, hasta llegar a la casa de Dios.

Propósito de hoy: Hay que dejar atrás eso que nos inquieta y que nos distrae de reconocer el rostro de Jesucristo, para que nada nos aleje de sentir su presencia en nuestro corazón.