Mateo 9,32-38 “Jesús expulsó al demonio”.
Y todos decían que, con qué autoridad Jesús expulsaba demonios, algo nunca antes visto y Jesús los expulsa con la autoridad de Dios.
Mateo nos relata el episodio del mudo endemoniado y bajo la gracia de Dios, quedó liberado de sus pecados, de sus ataduras, de aquello que no lo dejaba vivir en paz. Y ese mudo, somos tú y yo. ¡Sí! ¡Cuántas cosas nos persiguen y nos quitan la paz? ¿Cuántas cosas no nos permiten ver con claridad y en lugar de sanar, nos enferman cada día más?
Pero, ¡hay buenas noticias! Dios está aquí y ha enviado a su Hijo amado a liberarnos de todo mal, a permitirnos volver a hablar, como al mudo, con la sabiduría de Dios.
A Dios le gusta que nos acerquemos a él y que le pidamos sane nuestro dolor, que cure nuestras heridas y que sea su voluntad y no la nuestra, la que nos guíe hacia la luz de su amor. Y volvemos a hablar de fe, de Jesús en la cruz, de salvación. Ninguna tormenta, ningún demonio, ninguna maldad es mayor que la misericordia de Dios y hoy vamos a ponernos en sus manos; podemos empezar haciendo oración, para ser escuchados.
Este mudo era una oveja perdida, que en algún momento se desvió y conoció el sufrimiento de la soledad, del abandono, del dolor y Jesús lo rescató, regresó por él, y lo purificó en su amor, con la esperanza de un verdadero arrepentimiento. Todos somos capaces de hablar con Jesucristo y pedirle que tenga compasión y misericordia de nosotros, para dejar de ser esa oveja perdida que se transformó en su propia obscuridad, para renacer en la gracia del Padre y comenzar de nuevo.
No tengamos miedo, siempre es un buen momento para regresar a los brazos de Dios, él sabe perdonarnos porque cuando hay amor, hay perdón.
Propósito de hoy: Padre de amor, cura mis heridas y ayúdame a ser un mejor ser humano, sensible ante el dolor de los demás…Sáname, para así poder llegar hasta tu corazón.