Mateo 8, 18-22 “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas”.
¡Que buen compromiso se quiere echar encima este seguidor de Cristo! Seguirlo a donde quiera que vaya…eso le dijeron varios, y en lugar de seguirlo, a la primera dificultad lo negaron, encontraron excusas, le fallaron. Y es que seguir a Jesús, nos lleva a sufrir un calvario, a morir en una cruz y a perdonar.
Entonces nos podemos preguntar: ¿estoy dispuesto a que me amenacen, golpeen y maten?, ¿quiero morir crucificado en una cruz por algo que no entendieron los demás?, ¿voy a perdonar a todos los que me negaron y me juzgaron? Y si la respuesta es sí, entonces somos de otro mundo, de ese al que Jesús nos invita, a ser como él. Pero, si contestamos que no, está bien, al final del día solo somos humanos.
Sin embargo, ¡claro que podemos seguir a Jesús!, ¡seguro que sí! Y lo hacemos cada vez que imitamos sus obras, cada vez que actuamos como él, que pensamos como él y que perdonamos como él. ¿Que está difícil? ¡Por supuesto que sí!, ¿que es imposible?, ¡por supuesto que no!Siempre podemos intentarlo. Siempre hay lugar en nuestra humanidad para tener compasión por los demás, para acercarnos a pedir perdón por lo mucho o poco que lastimamos a nuestros hermanos, para que nuestras virtudes puedan ayudar a los demás…solo hay que proponérnoslo. ¿Crees que lo puedas hacer? Aunque lo más importante es preguntarte: ¿lo quieres hacer?
En esta vida, todo es cuestión de tomar decisiones.
“Quiero ser como Jesús”, “preparo mi corazón para imitar sus obras de misericordia”, “soy una persona bondadosa”, “cuido mucho a quienes comparten mi vida conmigo”, “estoy listo para pedir perdón”.
Seguir a Jesús, es amar por sobre todas las cosas, ¡como él nos ama a nosotros! Y si abrimos nuestro corazón a ese amor, nos llenaremos de fortaleza para atravesar caminos difíciles, para soportar tormentas en su nombre, para saber que aunque nos sintamos perdidos, con solo voltear a la cruz, veremos el rostro amoroso de Dios.
Vamos a decirle a Jesús que estamos dispuestos a seguirlo y a prepararnos al leer las escrituras, escuchando su Palabra de vida eterna, comulgando durante la Eucaristía para recibirlo en nuestro corazón; que estamos listos para sentir su dolor y su sufrimiento en carne propia, con nuestras penas y enfermedades, porque sabemos que es él, quien nos va a guiar, el Buen Pastor que nos lleva por el camino fecundo, el Samaritano que nos da de beber, el Mesías que ha venido a salvarnos.
Propósito de hoy: Gracias, Señor, por dejarme imitarte, porque yo voy a poner todo mi esfuerzo para seguir tus pasos con amor, para poder llegar hasta donde tú me estás esperando.