Juan 19, 265-34 “Mujer, ahí está tu hijo”.
¡Qué hermoso regalo nos ha hecho el Hijo de Dios, cuando le dice ahí en la cruz, a su Madre, la Santísima Virgen María: “ahí está tu hijo”! Y es hermosa porque nos estaba dando la dignidad de ser hijos de María y de Dios Padre, nos entregaba a la protección de María, nos dejaba en sus manos para que ella nos cubriera con su manto santo.
Hoy, después del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI estableció que todos los cristianos honráramos a la Madre de Dios, con el nombre de Santa María Virgen, Madre de la Iglesia.
Hay que ponernos en el lugar de Jesús, para poder comprender que él, siendo el Hijo de Dios, ante su partida, no quiso dejarnos desamparados humanamente, y ahí, en su sufrimiento sobre esa cruz en la que lo crucificamos, él tuvo compasión de nosotros. Primero le pidió al Padre, que nos perdonara porque no sabíamos lo que hacíamos y después, antes de morir, nos protegió con nuestra Madre Santísima, su propia Madre y nos dió la gracia de poderla llamar Madre nuestra.
Dicen los Evangelios que volteó a su discípulo amado y le dijo: “Ahí está tu Madre” y de esa manera también se preocupó para que María tuviera un lugar a donde ir una vez que él entregara su espíritu. Y así el discípulo la llevó a vivir con él como su propia madre. Y entonces, podemos darnos cuenta que al ser hijos de María, todos somos hermanos, y como tal, debemos procurar ser buenos unos con otros. Que no existan diferencias que nos lleven a hacernos daño. Como hermanos llenos del Espíritu Santo y el amor de María tenemos el compromiso de utilizar nuestros dones para dar frutos, ésos del Espíritu y en ellos, encontrar límites que nos lleven a una convivencia de amor y no de guerra.
Las cualidades y virtudes que nos son dadas a través de los dones del Espíritu Santo, son un reflejo de lo que Dios hace en nosotros; somos capaces de amar, de tener caridad de ser felices y vivir con alegría, de vivir en paz unos con otros y con nosotros mismos. Son frutos de amor en la paciencia para soportar dificultades, de la capacidad de mantener control de nuestro temperamento, de la longanimidad; de ser bondadosos, amables, benignos en el trato a los demás, ser humildes vivir en mansedumbre sin ser arrogantes, ser fieles a lo que hablamos de Dios cuando nos comprometemos con otros, desarrollar la modestia sin orgullo en nuestro corazón, tener dominio propio, continencia sobre los que nos es de Dios y ser castos, en la pureza del corazón y de la vida viviendo en el respeto hacia los demás. Y estos frutos los hemos visto en la figura de Jesucrsito y en la de María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia y del mundo cristiano, porque ella es dadora de vida, ella es el inicio de la historia de amor de Dios por nosotros desde ese día en que dijo que “Sí” a Dios.
Vivamos, pues, agradecidos porque a parte de nuestra madre biológica, tenemos a nuestra Madre universal que nos cuidad, nos protege y nos cubre con su manto todos los días de nuestra vida.
Propósito de hoy: Gracias te doy, Jesús por haberme hecho hijo de María, tu Santísima Madre, y Madre mía.