Juan 13, 16-20 “Yo les aseguro: el sirviente no es más importante que su amo, ni el enviado es mayor que quien lo envía”.
Nadie es más importante, solo Dios, porque es nuestra guía hacia la vida eterna.
Si tu tienes un puesto laboral como jefe, es vedad que tus estudios te han permitido obtener una buena posición en tu empleo, o tal vez en tu escuela si logras mejores calificaciones, o dentro de la iglesia, todo ha sido por la gracia de Dios. Pero, lo que jamás debes olvidar es que, en la humanidad del Hijo de Dios, aprendimos que el que sirve es el mayor de todos. Tu posición social o económica en el mundo, no te da una posición mayor en el corazón de Dios. Al contrario, te exige más, porque sabe que puedes más.
Al humilde de corazón le va mejor ante la presencia de Dios. “Seamos como niños”, nos dice Jesús, vivamos en la inocencia del corazón donde lo que nos ofrece el mundo y que provoca nuestra maldad no se adueñe de nuestro entendimiento. Aprendamos a distinguir el bien del mal para tomar desiciones asertivas, para sembrar buena semilla, por que todos somos iguales ante los ojos de Dios. “No se consideren más de lo debido, sino que cada uno se considere en lo que vale conforme al grado de fe que Dios le ha concedido”, nos dice la Carta a los Romanos, capítulo 12.
No cometamos el error de la soberbia, ni de la presunción porque una cosa es ser dueño de cosas materiales y otra muy diferente es vivir en la verdad de Dios con la humildad que reconoce la fe que Dios nos ha concedido. Ahí la importancia de pedirle a Dios, cada día, que aumente nuestra fe.
Buscar a Dios en todo lo que hacemos, nos va a acercar a los demás por medio del servicio, de la reconciliación, y del perdón. No olvidemos que lo material, el poder o nuestro lugar en la sociedad, no nos hace superior a los demás, al contrario, es ahí donde damos a conocer nuestra fe; cuando logramos ser auténticos, en el servicio, en la bondad y en el perdón.
Seamos una entrega fecunda, que coseche en abundancia los dones de Dios. No nos creamos mas de lo que somos, para ser en verdad un testimonio del amor de Jesucristo.
Propósito de hoy: Padre, ¡aumenta mi fe! quiero arrodillarme ante ti con humildad, ayudando a los demás y dandole a todos el mismo trato que tu me das a mi, como tu hijo amado.