Mateo 11, 25-30 “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”
Jesucristo, nuestro Señor, en quien creemos, aquel que nos dió su vida, el que murió en la cruz por nuestros pecados, nos enseña cada día con el ejemplo. En este Evangelio de Mateo, podemos escuchar la voz de Jesús dándole gracias a Dios, lo reconoce, lo ama y le dice: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”. ¡Señor del cielo! ¡Cuántas cosas tenemos que aprender de Jesus!
Y es que Jesús es Dios y Dios pone todo en las manos de Jesús, para que humanamente nosotros podamos identificarnos con él. Con su virtud, con su perdón, con su caridad. Sentimos la humildad por medio de sus acciones, nos sigue dando ejemplos de cómo dirigirnos al Padre: “Te doy gracias Padre”, para que lo imitemos.
Ser agradecidos donde quiera que estemos, abre la puerta al corazón del otro, es una muestra de respeto. Y cuando le decimos a Dios que sabemos que somos lo que somos porque él nos creo, porque fue su mano la que delineó nuestro camino, fue su Espíritu el que delineó nuestro corazón para sentir como siente Jesús; y cuando le recordamos que lo necesitamos, que es el, en quién confiamos y el que nos ayuda a que nuestra fe sea más profunda, el se regocija en nuestro amor. Porque como todo Padre, le gusta ser reconocido por sus hijos, sí, por ti y por mi. Y entonces es cuando se realizan los milagros de amor en nosotros, sí, esos delineados por la mano de Dios.
Seamos pues agradecidos con Dios, primero por nuestra vida en la que aprendemos a madurar, a tomar mejores decisiones, a amar y a consolar a otros y después por los dones y talentos que nos ha obsequiado, esos que nos definen y nos ayudan a salir adelante, donde somos serviciales y nos llenamos de gracia divina para perdonar a quien se acerca a nosotros a pedirnos perdón cuando nos ofenden. Gracias porque en nuestra humildad, nos podemos acercar a él para que perdone nuestras faltas y a los demás para que perdonen nuestras equivocaciones cuando los lastimamos.
Demos gracias al Padre, por sanar nuestras heridas y por ayudarnos a acercarnos más a él en la Eucaristía y en la oración. Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, amén.
Propósito de hoy: Que mi corazón jamás se canse de dar gracias y hoy voy a empezar mi día, agradeciéndole a todas las personas que viven conmigo, las que van a mi escuela y a las que veo en mi trabajo. Gracias a Dios por su amor.