Marcos 5, 1-20 “Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo”.
Puedes imaginar ¿Qué pasaría si todos creyéramos en los milagros que hace Jesús en cada uno de nosotros? Y, ¿Sabes qué pasaría si fuéramos con nuestra familia a contarles sobre la misericordia de Dios? Creo que todos viviéramos con alegría, sin miedo, en paz.
Jesús expulsa a un endemoniado que lo reconoce, y que le dice: “¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes”. Hasta el demonio sabe de la misericordia de Jesús y lo reconoce como el Hijo de Dios altísimo, porque sabe que no hay alguien mayor que él. Y ¿qué es lo que Jesús quiere del demonio?, ¿lo has pensado alguna vez?
La bondad, el amor, la compasión, la empatía, el perdón y muchas cosas más, contrarrestan los deseos del mal en nuestra vida. Son más fuertes cuando estamos seguros de que es Jesús quién nos acompaña y quita de nuestra vida al mal. Sí, ese que destruye y no solo a los demás sino también a nosotros mismos. El poder sanador de Jesús nos ayuda a vivir sin odio en el corazón, aleja de nosotros las tentaciones que nos cuesta trabajo resistir; y es que, el amor del Hijo de Dios quiere llegar a nuestra vida, para que reconozcamos los dones y talentos que tenemos y para poderlos desarrollar al servicio de los demás.
Propósito de hoy: Que nunca me olvide hablar de Jesús y lo que mueve en mi corazón y que sea muestra fiel del amor de Dios por medio de mis acciones de fe.