Lucas 19, 41-45 “¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de la paz! Pero tus ojos siguen cerrados. Llegará el dīa en que tus enemigos te rodearán con trincheras, te cercarán y te atacarán por todas partes; te aplastarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán piedra sobre piedra en tu recinto, por no haber reconocido el momento en que Dios ha venido a salvarte.”
Y con estas palabras, Jesús lloró cuando iba entrando, humilde y sencillo sobre el burrito, a Jerusalén a cumplir con su ministerio. Y tal vez si volviera a entrar hoy día su llanto no cesaría.
Sigamos unidos todos por medio de la oración para que la paz reine en Jerusalén, para que las “Piedras Vivas” de Tierra Santa siempre encuentren refugio y amor en la palabra de sanación del Hijo de Dios, de Dios mismo y del Espíritu Santo. No dejemos de orara, es nuestra fe la que puede mover montañas siempre que permanezcamos unidos y juntos en el amor de Dios.
Reconozcamos que Dios vino a salvarnos, a traernos la paz, a buscar un punto de reconciliación entre unos y otros. Vamos abriendo nuestros ojos para comprender y reconocer los caminos que nos llevan hacia la paz de Dios. Que nuestro camino no esté lleno de piedras y que reconozcamos en cada uno la imagen viva de Jesús de Nazaret para sembrar esperanza y cosechar amor abundante.
Despertemos ante la reacción del dolor que nos causan las guerras, los desacuerdos, el deseo de poder y que ahí donde estamos, cada uno de nosotros, seamos un vínculo de unión para compartir la Palabra de vida eterna de Dios; esa que nos trajo Jesús entre lágrimas, al enfrentarse con un pueblo disperso que por estar en su egoísmo no logró ver el momento en que Dios vino a salvarnos.
No nos cansemos de rezar por la paz en el mundo, empezando por la paz de nuestro corazón.
Propósito de hoy: Quiero poder reconocer cuando llegas a mi vida para nunca dejar de tener fe y esperanza y recibirte en mi corazón.