Juan 2, 13-22 “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”.
Qué bonito Evangelio es éste de Juan. Jesús actúa en contra de los que están haciendo del templo un mercado. Los que venden, los que atraen a la gente, los que nos distraen de una comunión profunda con Dios. Y los judíos le responden que llevan mucho tiempo edificando el templo, el edificio y que es imposible que él lo reconstruya en solo tres días.
Pero, ¿De qué está hablando Jesús?
Jesús nos habla de sí mismo, porque él es Templo del Espíritu Santo, él tiene la autoridad del Padre para hablarnos de esa manera, y nos anuncia su pasión y la reconstrucción de nosotros como templo también del Espíritu Santo, aquí donde vive Dios, en nuestro corazón. Él regresa a reconstruirnos, a enseñarnos la sensibilidad con que su misericordia nos perdona, nos endereza, nos sana.
Seamos testimonio de la Palabra de Dios, encontremos que somos capaces de perdonar, de pedir perdón, de bondad y de compasión. Así como es Dios con nosotros, que nos ayuda a dejar atrás a la persona que no queremos ser. Nos ayuda a reestructurar nuestra vida, a corregir acciones, a sabernos tan amados por él, que podemos amar a los demás con la sinceridad de un corazón sencillo.
Vamos limpiando nuestro templo, ese yo interior que es lo que importa más que cualquier estructura. Dejemos entrar a Dios, que está ahí en espera de ser reconocido como el dador de vida, como el Padre eterno que nos ama aún si nuestro templo está descuidado, maltratado, olvidado. Vamos trabajando en dejar fuera de nuestro templo el odio, el rencor, la venganza, el deseo de poder, de siempre querer tener más, de aprovecharnos del débil y recibamos la paz, la templanza, la fortaleza de Dios Padre para lograr metas donde nuestra prioridad sea el bien común, más que nuestro egoísmo.
Jesús nos habla de amor.
Propósito de hoy: Quiero poder reconocer a Jesús en mi, para yo poder reconocerlo en los demás.