22 DE OCTUBRE: TU LUZ ILUMINA EL CAMINO HASTA TU ENCUENTRO.

Lucas 12, 35-38 “Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá”.

La importancia del servicio siempre nos llama la atención. Jesús nos habla en este Evangelio de Lucas, de la alegría del señor al llegar a su casa, que le servirá a sus empleados que lo están esperando. Ahora, vamos a darle un enfoque diferente. Somos nosotros que estamos en vela, al pendiente del Padre, ¡esperando que toque nuestra vida, que llegue hasta nosotros, que nos vea! Y que es él, quién al vernos en vela esperando, se complace en servirnos, en estar ahí para nosotros, para escucharnos y protegernos y recordarnos lo mucho que nos ama.

Jesús hizo lo mismo durante toda su vida, como el Hijo del hombre. Se ha preocupado porque nosotros conociéramos al Padre, nos ha enseñado su Palabra de vida eterna y nos ha invitado a seguirlo. Lo mejor de todo es que sigue invitándonos, todos los días de nuestra vida.  Si hoy no podemos estar en vela, porque estamos distraídos, o porque nos ocupamos de algo que nos aleja de él, él sigue esperando, no nos pone presión, espera como aquellos que esperan a su Señor, con amor, con paciencia y alerta a cuando nosotros lo busquemos y le digamos que necesitamos de él para salir adelante, para alcanzar su gloria y para seguir sus pasos, tomando su mano.

Por eso el servicio que damos a otros con amor es tan importante. La oración nos lleva a la fe, a creer, a conocer a Dios y esa misma fe nos pide actos de caridad, de misericordia, de amor por los demás. Una vida sin obras no es una vida fecunda. No podemos ocultar nuestros talentos y desperdiciarlos, no; debemos ponerlos en práctica al servicio de los demás, a la entrega verdadera de la búsqueda de una vida en armonía, donde demos testimonio de que conocemos a Jesús, de que seguimos sus pasos, de que queremos imitarlo.

Vamos acercándonos a Jesús. Que el deseo de parecernos a él siga creciendo en nuestro corazón, aprendiendo a orar y a perdonar. Que nunca nos alejemos de alguien sin habernos reconciliado con ellos, que nuestro corazón humilde pueda y quiera pedir perdón y que acepte perdonar a aquel que nos ofendió. Entonces, estaremos en vela, en la espera de nuestros Señor, ligeros, sin carga pesada, llenos de esperanza y con el corazón amoroso y preparado para encontrarnos con él.

Propósito de hoy: Quiero que la luz de tu amor, esté siempre encendida en mi vida para esperar tu llegada y poder reconocerte.