6 DE OCTUBRE: EL CENTRO DEL MATRIMONIO ES CRISTO JESÚS.

Marcos 10, 2-16 “Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos encontrar en el numero 369 un legado muy importante para el significado de la unión matrimonial. “Dios no creó al hombre solo, en efecto, desde el principio los creó hombre y mujer”. Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas, como nos dice el Génesis. Dios nos creó con amor para que fuéramos hombre y mujer, el uno para el otro, para que no estuviéramos solos, para ayudarnos; donde, como pareja, uno se descubre a sí mismo como un otro “yo” de la misma humanidad.

Y si leemos y entendemos correctamente: “Hechos el uno para el otro” donde no hay cabida para “mi mamá y yo, mas mi esposa” o vice versa. Es el hombre y la mujer en una misma carne, y no hay terceros, que se interpongan en la felicidad que puede vivir una pareja. El matrimonio es amor y va dirigido a la salvación de la esposa o el esposo, llevándonos , a la vez, a la salvación propia mediante el servicio al otro para el bien de ambos como un vínculo sagrado de respeto, del deseo de ser prósperos. Elegimos la vocación del matrimonio porque Dios nos creó con amor, y nos llama al amor que se convierte en “imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre”. Es una amor bueno entre dos personas, no entre tres o cuatro; es un amor fecundo, que traerá vida al matrimonio, formando juntos una familia llena del amor de Dios.

El ser humano está propenso a las tentaciones del mal, en una unión de pareja esas tentaciones no dejan de existir, son difíciles y podemos lastimarnos mutuamente. Resolver los conflictos y las diferencias requiere que regresemos a Dios y que solo de su mano podamos vencer el dolor para perdonar, ya que es en el perdón que imitamos más a Cristo. Y es en la sinceridad de la semilla de amor con que dos personas siguieron juntas la vocación del amor que, el perdón se convierte en su aliado, siempre de la mano de Dios.

Los matrimonios tienen que protegerse uno al otro, ser amigos, amantes, confidentes y defensores de su amor. Y muchas veces permitimos que otras personas, por lo general los padres, “intenten” hacer algo por sus hijos donde uno de los dos sale perjudicado y terminan deshaciendo esa unión, separándola y dejando matrimonios rotos. Por eso ante el altar debemos ser conscientes de lo que juramos y de lo que nos dice Jesús: “Dejará el hombre a su padre y a su madre”, como parte fundamental del matrimonio y muchas veces es algo que no entendemos, pero si queremos que nuestro matrimonio dé frutos, tenemos que entender que Dios creó este Sacramento para formar familias fuertes y sanas con la gracia de su amor infinito. No tengamos miedo, en un matrimonio con Cristo, él siempre está presente.

Propósito de hoy: Padre quiero acercarme más a mi pareja y pedirle perdón por permitir que alguien más me aconseje, llevándome incluso al pecado; te pido perdón por haberme olvidado que, es en tu verdad, que puedo recuperar la paz de mi matrimonio y el amor que tengo por mi cónyuge.