Marcos 7, 31-37 “¡Effetá! Que quiere decir, ¡Ábrete!”
¡Hay que abrir nuestros oídos para escuchar a Dios! Sí, vivimos cegados a la verdad de Dios, ponemos oídos sordos y entendemos lo que nos conviene, no todo lo que hay en lo que nos dice Jesús. ¿Lo has pensado?
El pecado es una tentación muy difícil de evitar y se presenta enamorándonos, conquistándonos, haciéndonos creer que nos es tan malo, que un poco no nos hace daño. Y ¿Qué nos pasa? Caemos en la tentación y no solo una vez, si no más de una, o de dos. Y nos preguntamos ¿Dónde está Jesús? Y Jesús, está ahí, junto a nosotros, esperando que lo veamos; que le digamos que confiamos en él, que creemos en él, que lo amamos y queremos hacer lo mejor con su ayuda.
Ahí está: esperando.
Jesús no se cansa, más nos cansamos nosotros al pensar que nos ha abandonado cuando caemos en alguna tentación, cuando permitimos que el demonio se acerque poco a poco y nos domine. Entonces sí que lo estamos eligiendo a él, en las drogas, en el alcohol, en la prostitución, en la venganza y el odio; las conductas que alteran nuestra razón vienen del mal. Todo aquello que nos incomode, que nos haga sentir mal con nosotros mismos es del demonio y su única función es separarnos de Dios. Alejarnos de Jesús que está ahí, a nuestro lado, que está presente y que solo quiere que lo reconozcamos para actuar en nosotros, para expulsar esos demonios, para sanar nuestro dolor y curar nuestras heridas. Ahí está…en nuestro corazón.
Aceptemos la invitación de Jesucristo al abrir nuestro corazón.
No quiero dejar pasar este día 8 de septiembre en que recordamos el nacimiento de la Santísima Virgen María, Madre del creador y Madre nuestra. Vivamos con alegría encomendando nuestro corazón a ella, que siempre nos cuida y nos protege con su divino manto, como la madre amorosa que es. Gracias María, por haber dicho que sí al abrir tu corazón a Dios, para dar inicio a la más bella historia de amor que podemos vivir con la presencia de Jesús en nuestros corazones.
Propósito de hoy: Quiero estar preparado y abrir mis oídos, mi mente y mi corazón, para recibir a Jesús en mi vida y para decirle que estoy aquí, que lo escucho y que quiero seguir su camino, imitar sus obras y ser fiel a su amor por medio de mi fe.