23 DE AGOSTO: UNA ENTREGA DE AMOR.

Mateo 22, 34-40 “¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley?”

Jesús ha venido a hablarnos de amor, a enseñarnos el perdón, a querer proclamar la Palabra de Dios, que es verdad y vida eterna. Jesús nos habla de paciencia y tolerancia, de obediencia y servicio, de misericordia y de salvación. Él ha venido a traernos la paz, ésa que está en nosotros mismos, la que nos permite amar a los demás.

Pero ¿Qué pasa cuando olvidamos lo importante que es el amor en nuestra vida? Caos.

En el Evangelio de Marcos, Jesús responde sobre el mandamiento más importante de todos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, nos habla de un amor infinito, el más grande, el primero. Y continúa: “Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, y nos pide que sea incondicional, completo, total. Ambos tipos de amor, son el timón de nuestro corazón; nos van a guiar entre lo bueno y lo malo, y a tomar decisiones que dirigen nuestro camino para no enfrentarnos con un caos total de nuestras emociones.

Cuando nuestra fortaleza está regida por el amor, nuestra actitud se enfoca en los demás. Tenemos compasión y empatía por otros, aprendemos el valor de la amistad y la familia y somos firmes en nuestra manera de expresarnos. Albergamos coherencia en lo que hacemos y decimos, nos entregamos, somos más auténticos y nuestras prioridades están servir y dar, más que en esperar recibir.

El amor a Dios nos permite experimentar la fe. Creer que Jesús es el Hijo de Dios y María su Santísima Madre. Y entender que amar a Dios nos acerca a la verdad, a confiar en su Palabra y a perdonar.

Propósito de hoy: Padre, quiero amarte cada día más para sentir que tengo el derecho a pedirte que aumentes mi fe y me fortalezcas en la oración.