1 DE FEBRERO: MI CORAZÓN ES MISIONERO.

Marcos 6, 7-13 “Los discípulos se fueron a predicar”.

Jesús mandó a sus discípulos a predicar la Palabra de Dios a todos los pueblos y les dió poder sobre los espíritus inmundos para sanar y también para perdonar. Les pidió que fueran sin bienes, ni dinero, así con sólo lo que traían puesto, sus sandalias y una túnica y que entraran a la casa donde los invitaran a pasar y se quedaran ahí durante su estancia en ese pueblo. También les dijo que si no los recibían ni los querían escuchar en otros lugares, que se retiraran sacudiéndose los pies a manera de advertencia por su falta de compasión y por haber rechazado la Palabra de Dios.

Éste es el trabajo de un alma misionera, ¿Sabías que después de haber recibido el bautismo, todos somos misioneros?, porque nos corresponde ser portadores de la buena nueva de Dios, de acercarnos a nuestros hermanos y compartir con ellos el amor, la bondad y la misericordia de Dios…de compartir a Jesucristo. ¡SÍ! Todos estamos llamados a la santidad y no solo aquellos dedicados a la vida religiosa, no; Tú y yo, y nuestros padres y nuestros hermanos, y nuestros amigos y también nuestros enemigos, todos somos parte del Reino de Dios y cuando vamos a misa, y nos confesamos y comulgamos, es en la Eucaristía que le hacemos una promesa constante, y en silencio a Dios por sabernos bendecidos de ser Sus hijos, para tener un corazón bondadoso.

Tú ¿Alguna vez has hablado de tus padres, o de algún amigo, o de tu hermano o hermana, porque te sientes orgulloso de ellos? Estoy segura que sí, claro. Porque nos honra sabernos parte de sus vidas, nos sentimos halagados que nos digan que pertenecemos a la misma familia, al mismo grupo social ¿Verdad, te ha sucedido? Y es que cuando alguien hace el bien hay que reconocerlo. Así es también con Jesucrsito, Él quiere que nosotros hablemos de Él, que nos sintamos orgullosos de pertenecer a su familia y de sentir el deseo ardiente de enseñarle a los demás qué tan grande es Su amor.

Nosotros podemos sanar a los demás al acercarnos a ellos y escucharlos, imitamos a Cristo cuando tenemos acciones como las de Él al consolar corazones que sufren, al abrazar a quién vive en soledad, en necesidad, al que tiene una pena, a quién está enfermo y oprimido; y es que Dios también nos dió a nosotros el poder de sanación, ése que encontramos en nuestro corazón, cuando somos compasivos y misericordiosos con los demás.

Propósito de hoy: Te pido, Padre, que jamás se me olvide que cuando estoy contigo mi vida se llena de bondad y de Tu amor infinito, para que nunca se apague mi fe.