20 DE NOVIEMBRE: ESCÚCHAME PADRE Y TEN COMPASIÓN DE MI.

Lucas 18, 35-43 “¿Qué quieres que haga por ti?”
El ciego de Jericó, no dudó en contestarle a Jesús “Señor, que vea”. Así de sencillo, sin más. Y Jesús le dijo “tu fe te ha curado”.
Si nosotros le pedimos algo a Jesús, el Hijo de Dios, ¿Él pudiera contestarnos lo mismo? Me gustaría saber que todos contestamos !SÍ!, pero ¿Qué tan grande es nuestra fe? ¿Cómo la alimentamos? ¿De qué manera Jesús puede reconocernos?
En este Evangelio de Lucas, se nos presenta la misericordia de Dios y un mendigo que reconoce a Jesús como Hijo de Dios, que lo llama Hijo de David y que le grita por su nombre: Jesús. Entonces sabe muy bien a quién le está pidiendo compasión, lo reconoce y confía en Él. En el camino de nuestra vida llena de tentaciones y distracciones nos olvidamos de Dios; queremos todo fácil, rápido y a nuestro alcance, hasta los milagros. Solo que también olvidamos rezar. Se nos pasa de largo la iglesia a la que entramos cuando hay alguna boda o primera comunión y no tenemos esa necesidad de Dios, no creemos que su amor es para todos los días, creemos que es solo para cuando esperamos un milagro.
Pero, quiero estar totalmente equivocada, quiero que mis palabras no sean ciertas, quiero que me digas que tu vida no es así; que tu vida está llena de Dios, que tu fe la alimentas cada día con la oración y con la caridad digna de tu fe. Que eres testimonio del amor de Dios, que sigues los pasos de Jesús porque sabes perdonar y no te importa arrodillarte a pedir Su compasión, como tampoco te importa pedirle perdón a tu hermano por aquel disgusto de años y que ya no se hablan; quiero que en la reflexión de tu vida, el día de hoy, te reconozcas débil y con la necesidad de creer en Dios; en ese Dios que sana, que consuela, que cura…Y así como creía en Jesús, el ciego de Jericó, yo también te grito: Ten compasión de mi.
Propósito de hoy: Gritarle que lo necesito, que me ayude a aumentar mi fe, para poder vivir en sencillez la vida que está preparada para mi.