24 DE SEPTIEMBRE: TÚ Y YO SOMOS IGUALES.

Mateo 20, 1-16 “Toma pues, lo tuyo y vete”

Ésta parábola de denario me gusta mucho. La recuerdo siempre cuando estoy por quejarme cuando siento que se está siendo injusto conmigo, y recuerdo cada vez, que si a mi me piden que haga algo yo debo hacer bien a lo que me comprometí, y lo que haga o no haga el otro nada tiene que ver con mi compromiso.

Dios nos llama a seguirlo y la manera en que nosotros recibamos su palabra, es algo personal, sin tener que ver en cómo las demás personas reciben ese mismo llamado. Posiblemente alguien va a ir más a misa, o a la oración, o al estudio bíblico con mayor fervor que yo, porque ese compromiso que tiene con Dios es muy diferente al que tengo yo. Así que un día dejé de ver porque los demás hacían según yo menos cosas que yo y recibíamos el mismo trato, como si hubiéramos hecho lo mismo.

En los caminos de Dios no existen ni los egoísmos, ni las diferencias; ayer me decía una señora que su vida cambió cuando aprendió a ser humilde porque empezó a ver a los demás iguales a ella y es verdad. Todos somos hijos de Dios, Él nos ama a todos por igual y lo escuchamos en el mandamiento nuevo que nos dejó Jesucristo, que nos dice que ¡debemos amar al prójimo como él nos ama a nosotros! y en ese mandamiento nos recuerda que para él todos somos iguales, no es mejor el más rico ni peor el más pobre.

Todos llevamos dentro la dignidad de ser hijos de Dios. Todos somos amados de igual manera.

Así que vivamos la parábola del jefe justo, como el Dios del amor, justo, compasivo, misericordioso que no hace diferencias entre unos y otros; que nos enseña a respetar a los demás, a valorarlos, a amarlos y a obedecer, que en su generosidad quiere que nuestra vida sea plena, que vivamos en alegría, que aprendamos a convivir en el amor y el perdón y que sepamos brindarle a los demás lo mejor que hay en nuestro corazón que es nuestro amor, ese que recibimos de Dios.

Propósito de hoy: Reconocer en el otro el rostro de Jesús y saber que no hay diferencias ante los ojos de Dios.