18 DE SEPTIEMBRE: MI FE ME HA SALVADO.

Lucas 7, 1-10 “Basta con que digas una sola palabra, y mi criado quedará sano”

¡Qué gran muestra de fe! ¿Estamos nosotros igual que este soldado, así tan llenos de fe? Ojalá que todos pudiéramos contestar con un ¡Sí! determinante. ¡Estoy llena de fe!

Jesús es conocido como el Hijo del hombre que llegó a sanar nuestra alma, nuestro corazón, nuestras angustias y a demostrarnos el gran amor que siente sobre cada uno de nosotros. Jesús, que es Dios conoce lo que tenemos antes de que nosotros nos acerquemos a él para pedirle que derrame su misericordia ante nuestro dolor.

No debemos tener miedo, ni sacarle la vuelta a Dios cuando nos equivocamos, porque solo estamos aplazando la paz que nos ofrece en la oración, el consuelo que nos espera en los brazos de Jesús y la esperanza que nos da la Eucaristía. Sabernos pecadores y arrepentirnos es lo mejor que nos puede pasar, porque sanamos las heridas y curamos el dolor que nos causan los sentimientos de odio, de venganza, de traición, todo lo que nos hace actuar en contra de los demás. Cuando nos arrepentimos estamos dispuestos a pedir perdón y a reconciliarnos con los demás; es un gesto que imita a Jesús en la cruz, a ese Jesús misericordiosos que pidió por nosotros antes de morir.

El amor de Dios es tan grande que está ahí pacientemente esperando a que lo sepamos reconocer, a que nos demos cuenta de que basta con que digamos una palabra para que él se acerque a nosotros y lo podamos ver. La fe es ta grande como tú corazón, pero a veces se nos acaba y no sabemos como cultivarla de nuevo; es una gracia que nos da Dios cuando se la pedimos, cuando le decimos que aumente nuestra fe. La fe nos enseña a creer en Dios y a aceptar sus regalos de sanación para el perdón de nuestros pecados.

Propósito de hoy: Tener la misma fe que éste soldado y rogarle a Dios que no nos falte nunca la fe.