20 DE MAYO: A MI LADO SIEMPRE.

Juan 16, 23-28 “Pidan y recibirán para que su alegría sea completa” 

Una vez yo creí que le pedía mucho a Dios. Que me la pasaba pidiendo y agradeciendo, luego agradeciéndole y pidiéndole y me sentí un poco mal, porque pensaba que yo no le daba nada a Él. ¿Has sentido algo similar? Luego se lo dije a un religioso y me dijo que a Dios ¡le encantaba que le pidiera cosas! Bueno, pues no me lo hubiera dicho porque desde entonces jamás me detengo.  

Pedirle a Dios que te ayude es una muestra de que eres consciente de que existe, le estás dando un lugar primordial porque aceptas que vive en tu corazón. Lo tienes como parte de tu vida, no es un extraño, no, al contrario, es esa voz en tu mente que te va recordando todos los dones y virtudes que llevas contigo, es ese amigo que por medio de la oración te escucha y acompaña en las buenas y en las no tan buenas.  

Hay partes en el camino que son muy difíciles de andar; como el dolor, la muerte, la drogadicción, y todo aquello que hace que no pensemos que somos seres humanos dignos, que somos una vergüenza para la familia y que bajamos la mirada ante la cruz de Jesús porque nos sentimos pecadores, algo así como haber traicionado a un amigo cuando en realidad, solo nos hemos traicionado a nosotros mismos. Y son esas partes en el camino cuando más tenemos la presencia de Dios que solo espera a que nos demos cuenta de que viene con nosotros, que lo dejemos entrar, que abramos el corazón ante su amor infinito, porque como un padre, somos sus hijos amados. 

Vamos pidiéndole a Dios que nos alimente más en la fe, que nos indique el camino hacia el servicio digno a los demás y que nos fortalezca para dejar atrás cualquier dolor que traemos arrastrando desde hace tiempo. Unidos en la oración, en la Eucaristía, en la reconciliación y en el perdón vamos a ir abriendo el corazón a la esperanza de una nueva vida dónde nuestro centro sea el mismo corazón de Jesús. 

Propósito de hoy: Quiero que seas parte de mi vida y quiero aprender más a orar.