30 DE ABRIL: RECONOCE MI VOZ, SEÑOR.

Juan 10, 1-10 “Las ovejas reconocen su voz” 

No te parece curioso ¿cómo los niños siempre responden a la voz de sus padres? Es tan interesante el que podamos relacionar el timbre de voz de las personas. Como cuando estamos entre una multitud y de repente alguien dice nuestro nombre y sabemos que es a nosotros a quién llaman. ¡Venimos con un chip buenísimo! Así las ovejas a su pastor lo van siguiendo porque reconocen su voz, que es quién los alimenta y protege del ruido, del peligro, del precipicio. Igual es Dios. Somos sus ovejas cuando reconocemos su palabra, cuando seguimos sus enseñanzas y principalmente cuando entendemos su amor. 

La imagen de Dios está por todos lados en la vida de cada uno de nosotros. Lo podemos identificar en la Eucaristía para empezar y de ahí partimos a reconocerlo en los demás. En la señora que hace la limpieza, en quien nos hace de comer, en el padre que nos compra ropa y abrigo para no tener frío; está en el niño que nos hace sonreír, en la maestra que nos enseña, en el hermano que nos escucha y en todo aquel que camina cerca de nosotros porque es en el andar que Jesús nos acompaña. Nos cuida con su luz, nos recuerda que aun si creemos que es difícil, el no suelta el paso, no se asusta; al contrario, nos ayuda a que seamos fuertes y a que, si un día nos sentimos perdidos, que ya no vale la pena la lucha y nos hacemos indiferentes ante el dolor y lo que nos sucede o le sucede a los demás, podamos voltear y darnos cuenta de que todo lo que vivimos tiene un propósito y que debemos aceptarlo y confiar en su amor para salir adelante y no atorarnos en nosotros mismos. 

Reconocer la voz de quién nos ama es saber que estamos acompañados y que, a la vez, Él quiere que sepamos que también reconoce nuestra voz, reconoce nuestra angustia y nos pide que lo podamos escuchar desde nuestro corazón, donde Él vive y que dejemos que sea quién guíe cada paso que damos para alcanzar a resolver y a confiar que, con su amor, lo podemos todo. 

Propósito de hoy: Abrir el corazón para reconocer la voz de Dios.