Marcos 16, 15-20 “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”
Esta es la misión permanente de la Iglesia Católica, ir por todo el mundo y predicar el Evangelio. Esto no es exclusivamente labor de los sacerdotes o de las religiosas, no, es cometido de todo aquel que creen en Cristo Jesús, en la resurrección, en la Santísima Trinidad y que intenta vivir con prontitud los Mandamientos de la Ley de Dios. Esta misión nos invita a todos los creyentes a ser testimonio de la Palabra de Dios, a ti y a mí, y a decirle a los demás que con Jesús ¡Vale la pena vivir!
Seamos un instrumento de amor y salvación para nosotros y para los demás, no tengamos miedo a compartir nuestros dones y virtudes, que, si han sido puestos en nosotros, es para que con alegría aprendamos a llevarlos a los demás. Cuando Cristo resucita da inicio a una nueva etapa en la vida de cada uno, para renacer con la esperanza de ser mejor y humanizarnos ante el otro, para saber aclarar conflictos, acercándonos a quienes hemos lastimado; es una nueva etapa para la reconciliación y el perdón.
Es difícil salir de una situación de vida a la que estamos acostumbrados, aun cuando sabemos que nos hace daño; por ejemplo, dejar el alcohol o las drogas cuesta mucho trabajo, así como lo es salir de cualquier vicio y muchas veces no nos atrevemos a dar un paso para bien porque el miedo se apodera de nuestros sentidos. Ese miedo es solo el maligno que quiere asustarte para que tú, en lugar de que te acerques a Dios, te alejes más de Él temiendo su castigo. Sin embargo, la claridad en tus acciones va a llegar en la medida en que aumentes tu fe. Aquel que hace el mal, se excluye solo ante la verdad, ante la luz y ante la vida moral de Dios y el que obra bien, con la verdad moral, vive en la luz de Dios constantemente. Es esta luz que nos invita a compartir con los demás la grandeza de Dios, empezando siempre por su amor infinito.
Propósito de hoy: Que podamos mantener encendida la luz de Dios en el corazón y el de quien está a nuestro lado.